PLAZA PÚBLICA / Álvarez, Barros Sierra

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Pasado mañana será entregada la medalla Belisario Domínguez en el Senado de la República. Este año ha sido otorgada por partida doble, a Luis H. Álvarez y a Javier Barros Sierra, in memoriam. Ya una vez, en el momento mismo de instituir esta presea que se confiere a quienes con su ciencia o virtud han prestado servicios a México en grado eminente, fue concedida a dos personas, doña Rosaura Zapata y el maestro Erasmo Castellanos Quinto. Se ha otorgado post mortem, de modo excepcional porque sus destinatarios deben serlo en vida, a José María Pino Suárez, Heberto Castillo, Carlos Castillo Peraza y Antonio Ortiz Mena.

Aunque Barros Sierra desplegó una activa carrera docente y de servicio público, la culminación de sus días, el momento más elevado de su virtud cívica ejercida de modo enaltecido ocurrió en los cuatro años de su rectorado en la UNAM. Ya había sido secretario de Estado cuando aceptó la alta responsabilidad de ser el jefe nato de una institución sumida en una crisis a la que no fue ajeno el gobierno de la República. El doctor Ignacio Chávez había sido destituido -a eso equivalió su renuncia forzada por la vulgaridad agresiva- y el desprestigio y el desorden golpeaban a la UNAM, cuya misión requiere los valores contrarios a esa situación.

Barros Sierra encabezó el esfuerzo universitario por salir de esa crisis. Fue un trabajo de fondo, basado en la formación de profesores y la planeación de nuevas carreras y modos de enseñarlas, incluidas las lenguas extranjeras como instrumento del aprendizaje. Su tarea comprendió iniciativas de comunicación con los estudiantes, para reafirmar o crear el sentido comunitario, mismo que impulsó también en el ámbito de las autoridades, que empezaron entonces a abandonar la noción de escuelas, facultades, centros e institutos dispersos, apenas unidos por una suerte de federación, y arribar a la noción claramente presente de Universidad.

Pero la gran reforma de Barros Sierra se produjo con su ejemplo en el fragor del año en que vivimos en peligro, el aciago 1968. Es probable que su pertenencia al sistema, su formación institucional, hicieran que el gobierno esperara de él una reacción distinta de la que experimentó ante el embate violento de la fuerza pública a la UNAM y a sus estudiantes y profesores. Gustavo Díaz Ordaz y don Javier habían sido compañeros de gabinete, secretarios de Estado bajo la Presidencia de Adolfo López Mateos. Pero el secretario de Gobernación no llegó a conocer al hombre que era...

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