Planes, autonomia y jerarquia.

AutorGaitán Torres, Antonio

Michael Bratman, Structures of Agency. Essays, Oxford University Press, Oxford, 2007, 321 pp.

El libro que comentaré a continuación compila doce artículos de Michael Bratman publicados entre el año 2000 y el 2005. Los artículos giran en torno a aquellas estructuras psicológicas que subyacen a nuestra autonomía personal. La función de nuestros juicios evaluativos a la hora de posibilitar esa peculiar capacidad y el estatus teórico de la propuesta de Bratman son los otros dos bloques temáticos que unifican el material contenido en este libro. Todos los artículos compilados aquí presuponen distinciones conceptuales elaboradas por Bratman en libros anteriores. (1) La novedad, sin embargo, es que Bratman aplica esas distinciones a los tópicos que acabo de mencionar, desarrollando una teoría compleja y sugerente sobre el valor de nuestra autonomía dentro de un marco explicativo naturalista.

El plan de esta nota crítica es el siguiente: en la sección 1 esbozo los contornos que enmarcan gran parte del debate reciente en torno a nuestro concepto de "autonomía personal". Asumido esto, la sección 2 expone los aspectos más generales de la teoría de la intención defendida por Bratman en Intentions, Plans, and Practical Reasons (1987/1999). Allí explico en qué sentido algunas de las distinciones adelantadas en este libro permiten a Bratman modelar una determinada imagen del sujeto autónomo. La sección 3, finalmente, presenta una objeción contra este modelo de autonomía.

  1. La distinción entre aquellas cosas que hacemos y aquellos episodios que meramente nos acontecen no es nueva para la filosofía de la acción. En cierto sentido, esta división constituye una de las formas más económicas de describir el objeto de esta disciplina (Velleman 2007, introducción). Para una de las propuestas más extendidas, por ejemplo, únicamente aquellos movimientos causados por la intervención directa y conjunta de ciertos estados psicológicos (creencias y deseos) pueden describirse en clave intencional. En la formulación estándar de esta teoría, A actuaría intencionalmente si y sólo si cierto movimiento corporal C de A estuviese causado por la conjunción de dos estados psicológicos de A: un deseo a favor de que cierto estado de cosas ([fi]) fuese el caso y una creencia cuyo contenido es cierta relación instrumental (causal o de otro tipo) entre [fi] y C. Cuando C es el resultado de un mecanismo que implica la intervención conjunta y no desviada de esos dos estados psicológicos, C constituye necesariamente una acción intencional (Davidson 1980, Pettit y Smith 1990, Enc 2003).

    Los problemas ligados a este modelo explicativo son numerosos (Bishop 1989, caps. 5 y 6). Para los propósitos de esta nota crítica, no obstante, me interesa resaltar únicamente una objeción relativamente reciente centrada en el estatus del agente según el modelo estándar. Una variante especialmente influyente de esta objeción ha sido formulada por Harry Frankfurt (Frankfurt 1988). En el típico escenario frankfurtiano, un agente desea que un determinado curso de acción sea el caso, experimentando a la vez ese deseo de modo externo. El adicto imaginado por Frankfurt, por ejemplo, desea de modo irrefrenable una determinada droga, pero al mismo tiempo experimenta ese deseo de modo pasivo, como algo ajeno a su voluntad. Aunque llegada la hora de actuar es capaz de realizar de manera efectiva todas aquellas rutinas que garantizan su dosis, el adicto se percibe a sí mismo "alienado" en relación con su deseo (Frankfurt 1988, pp. 18-19).

    Según Frankfurt, se pueden extraer dos afirmaciones obvias a partir de estas situaciones: (1) Podemos afirmar que los deseos y las creencias del agente motivaron C --y esto, de nuevo, sucedió de manera no desviada--. (2) Podemos asumir (en virtud de los informes facilitados por el mismo agente) que los deseos y las creencias que causaron C actuaron contra su voluntad. La conjunción de (1) y (2), no obstante, resulta problemática para la teoría estándar de la acción. Y esto es así porque, aunque las creencias y los deseos de A causan C de forma no desviada, no podemos describir C como una acción plenamente intencional o autónoma (al menos si atendemos a cómo A percibe la ejecución de C). Aunque la teoría estándar es capaz de delimitar con éxito aquellas condiciones que resultan necesarias para identificar un subconjunto especialmente significativo de acciones (acciones intencionales guiadas por capacidades psicológicas de orden superior), ésta no ofrece suficientes recursos conceptuales, según Frankfurt, para identificar aquello que caracteriza ciertos movimientos intencionales realizados de forma autónoma por el agente.

    La estrategia de Frankfurt para solventar este problema es bien conocida. Según él, si quisiéramos aislar de modo preciso la categoría de acciones "plenamente intencionales" o "autónomas" bastaría con que nos preguntásemos qué está ausente en aquellos casos en los que el agente experimenta C de modo externo. Y el resultado de esta particular aritmética debe resultarnos familiar. Según Frankfurt, en virtud de la ausencia de cierta jerarquía desiderativa en aquella cadena causal que originó C no podemos describir a C como un movimiento enteramente intencional. El adicto no actuó de modo plenamente intencional, por lo tanto, porque su deseo de primer nivel a favor de tomar una determinada droga no cayó bajo el alcance de un deseo de segundo nivel a favor de que ese deseo a favor de la droga determinase efectivamente su conducta. Si C hubiera sido el resultado de una cadena causal que incluía entre sus componentes esa "volición de segundo nivel", C podría haberse descrito no sólo como un movimiento "intencional"; C habría podido describirse también como un movimiento "autónomo" (Frankfurt 1988, pp. 14-15, 21, 63 y 163-164 y 175-176).

    El modelo frankfurtiano no se ha librado de algunas objeciones, a pesar de su indudable influencia. En primer lugar se ha criticado la presunta autoridad de aquellas estructuras psicológicas privilegiadas por Frankfurt a la hora de acomodar nuestra perspectiva agencial. Si al fin y al cabo nuestros deseos de segundo nivel no constituyen más que inclinaciones centradas en otras inclinaciones, ¿qué impide que también podamos sentirnos alienados en relación con esos deseos? ¿Qué otorga autoridad a nuestros deseos de segundo nivel para hablar por el agente más allá de su posición en una determinada jerarquía? (Watson 1975).

    Lo anterior ha constituido, sin duda, un crítica recurrente para la teoría frankfurtiana de la voluntad. Pero incluso si dejamos a un lado esa objeción (que seguramente acecha a cualquier explicación jerárquica de nuestra autonomía), los problemas ligados al modelo frankfurtiano de autonomía no acaban ahí. La literatura reciente ha venido incidiendo además en la errónea imagen de nuestra deliberación que se deriva de este modelo. Recordemos que, según Frankfurt, el agente considera primariamente sus deseos al decidir qué hacer en un determinado contexto decisional. Para muchos autores (Raz 1999, Buss 1999, Wallace 2000), esto resulta tremendamente contraintuitivo cuando atendemos a nuestra deliberación. Cuando deliberamos, señalan, no nos concentramos primariamente en nuestros deseos (entendidos como estados mentales); consideramos, más bien, qué cursos de acción de entre aquellos que constituyen el objeto de esos deseos ejemplificarían de modo más completo un conjunto determinado de valores. Una vez delimitadas nuestras opciones de esta forma, señalan, formamos una intención y actuamos de un modo u otro. Sólo entonces, afirman, nos comportamos de manera autónoma (Watson 1975, 1977, 1987).

    Este modelo alternativo, sin embargo, también se enfrenta a algunos problemas. Además de ciertas cuestiones de índole metaética (¿cómo podemos entender el potencial motivacional ligado a nuestros juicios evaluativos cuando los equiparamos con cierto tipo de creencias?), dos objeciones obvías amenazan su atractivo inicial. La primera objeción es directa. Según algunos (Velleman 1992), así como podemos estar "alienados" en relación con cualquier elemento desiderativo (con independencia de su jerarquía dentro de una determinada escala volitiva), también podemos percibir como externos algunos de los valores que contribuyen a fijar nuestra autonomía. Pero si esto resulta concebible, el marco evaluativo esbozado...

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