Pierde su libertad por 10 mil dólares

AutorLuis Cruz

Carmen soñaba con volverse rica. Cuando le ofrecieron 10 mil dólares por trasladar un cargamento de cocaína de Honduras a Europa no lo pensó dos veces y aceptó.

El sueño no tardó en volverse una pesadilla cuando fue descubierta, detenida y condenada a pasar 17 años en una prisión de un país del que sólo conoce el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) y el Centro Femenil de Readaptación Social (Cefereso) de Santa Martha Acatitla.

El plan parecía sencillo: debía tomar un avión de Honduras a México con la droga en la maleta, volar a España y dejar allí parte del clorhidrato de cocaína que llevaba, volar a Holanda, donde entregaría el resto, y volver a Islas de la Bahía, en Honduras, con los bolsillos llenos de dinero.

La mujer, de entonces 30 años, llegó al AICM a las 11:00 horas junto con tres de sus familiares el 3 de marzo de 2004. En la aventura de buscar una mejor vida la acompañaban uno de sus primos, la esposa de otro primo, su tía y otra mujer. Era la primera vez que Carmen visitaba el País.

Cuando fueron a recoger sus siete maletas, varios policías federales se acercaron a ellos. Habían sido descubiertos.

"Primero se llevaron a mi primo y a una de mis familiares, después a nosotros. Nos interrogaron y nos preguntaron que si sabíamos lo que traíamos, Yo sabía que las maletas eran de doble fondo, sabía lo que traíamos", relata Carmen.

Su primer contacto con la Ciudad fue durante el traslado a una agencia de la Policía Federal a bordo de una camioneta escoltada por patrullas de la dependencia. Apenas vislumbró algunas calles y edificios.

El papeleo fue breve. Acusada de narcotráfico la trasladaron al Reclusorio Femenil Oriente, donde pasó cuatro meses. Después la llevaron al Cefereso de Santa Martha, donde tuvo que volverse lo bastante dura como para enfrentar la discriminación.

"Cuando llegué hablaba de otra forma, tenía el acento de mi país, se burlaban de cómo hablaba, me decían: 'pinche negra', 'pinche extraña', pinche extranjera'", rememora.

La compañía de su tía, de 77 años, le ayudó a no sentirse tan sola mientras enfrentaba ese ambiente hostil y desconocido; sin embargo, la mujer murió de causas naturales poco después de haber sido encerrada.

"Sabía que me había quedado sola, con mis demás causas (familiares con los que fue detenida) no tenía ni he tenido contacto. No los volví a ver, me quedé sola, sin volver a ver a mis seis hijas, ni ver a mi madre, ni a mi padre, a nadie", explica.

Con la condena dictada y...

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