PIEDRA DE TOQUE / Pintores en la costa

AutorMario Vargas Llosa

Pero es también un paraje sembrado de museos de alto nivel en el que el mal gusto y la vulgaridad, secuela acostumbrada de los sitios de moda, no han acabado de destruir algunos enclaves urbanos y paisajes exquisitos, como el pueblecito y la campiña de St. Paul de Vence o el barrio antiguo de Antibes. Ambos se defienden bastante bien contra las hordas de turistas, incluso los sábados, días de mercado.

En lo abigarrado de las calles de Antibes y sus pintorescos tenderetes abundan las maravillas culinarias y un relente de la vieja Francia, sensual, escéptica, alegre y gozadora impregna el aire y las voces. La gente es amable y todavía sonríe, aunque usted no lo crea.

St. Paul de Vence es una joya arqueológica medieval que es imposible visitar si uno padece de claustrofobia o es alérgico a la masa. Porque la única manera de hacerlo es siendo arrastrado por una multitud sudorosa que avanza a paso de procesión y lo inunda todo, las callejuelas empinadas, los adoquines lustrosos y las casitas liliputienses convertidas en galerías, restaurantes, boutiques y tiendas de baratijas.

El atasco humano disminuye cuando uno se acerca a la Fundación Maeght, cuyo local, construido por Josep Lluís Sert, recibe al visitante con un jardín sombreado de altos pinos y esculturas de Giacometti, Calder, Moore y Miró. Este último fue, al parecer, muy amigo de Aimé y Marguerite Maeght, los marchands de artes de Cannes con cuya colección de pintura moderna crearon la Fundación. Gran parte de los cinco pisos y los jardines que la integran está ahora consagrada a reseñar esta amistad.

Las pinturas, grabados, dibujos, mosaicos y esculturas de Miró ocupan salones, pasillos, terrazas y sótanos del museo. El espectáculo me decepcionó profundamente. Miró fue un buen pintor en sus inicios, quién lo duda, e introdujo en la pintura moderna una inocencia juguetona, infantil y traviesa, que transpiraba poesía y buen humor. Pero qué pronto perdió el ímpetu creador, el espíritu arriesgado, y comenzó a repetirse y a imitarse hasta convertirse en una industria cacofónica, artificiosa y falsamente "naif".

Mientras, entre aburrido y desolado, recorría la muestra, me acordé de una frase insolente sobre Miró de Juan Benet que leí en alguna parte en los años setenta -"un pintor adecuado para los consultorios de los dentistas" o algo por el estilo- que me pareció entonces muy injusta. Ahora, después de esta experiencia, ya no tanto.

Para ver cosas más estimulantes hay que ir a Niza y...

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