Piedra de Toque/ Dos amigos

AutorMario Vargas Llosa

La patrona, una viejecita alerta de 84 años, muestra al cliente curioso una fotografía con el estado ruinoso en que quedó el local luego del impacto de la bomba, episodio del que ella fue testigo y casi víctima. El contorno, en cambio, no ha cambiado mucho, y, por ejemplo, se reconoce de inmediato la casa contigua que aparece en el lienzo que el holandés le dedicó.

La Plaza Lamartine sigue allí, enorme y circular, con sus macizos plátanos cargados de verdura, al pie de la Puerta de la Caballería, una de las que franqueaban la muralla de la vieja ciudad y que se conserva intacta, como en los tiempos de Van Gogh y Gauguin. Tampoco debe de haber cambiado mucho el espectáculo del Ródano, que, a pocos metros de esta terraza, circula, despacio y majestuoso, abrazando el flanco de la villa romana. Lo que ha desaparecido es el cuartelillo de la Gendarmería -remplazado por un almacén de Monoprix- y el burdel de madame Virginie, llamado entonces la Casa de la Tolerancia Número Uno, donde, en esos dos meses que vivieron juntos, los amigos iban dos o tres veces por semana, Van Gogh siempre a acostarse con una chica llamada Rachel; y la sórdida y pecaminosa callecita donde estaba, derribada por la picota para abrir una avenida. Este era, entonces, un barrio pobrísimo de extramuros, lleno de mendigos, rameras y cafetines de desechos humanos, pero, en el siglo y pico transcurrido, ha subido de nivel y lo habita ahora una discreta y anodina clase media.

Los dos meses que Van Gogh y Gauguin pasaron aquí, entre octubre y diciembre de 1888, son los más misteriosos de sus biografías. Los detalles de lo que realmente ocurrió en esas ocho semanas entre los dos amigos han escapado al rastreo empecinado de centenares de investigadores y críticos, que, a partir de los pocos datos objetivos, tratan de despejar la incógnita con conjeturas y fantaseos a veces delirantes. Las cartas de ambos son evasivas sobre esa convivencia, y cuando Gauguin se refirió a ella, al final de su vida, en Avant et Apres, habían pasado tres lustros, la sífilis le había estropeado la memoria y su testimonio era dudoso, pues con él estaba tratando, a todas luces, de salir al paso a los rumores, ya muy extendidos en Francia, que lo hacían responsable del naufragio final en la locura de Van Gogh.

Lo cierto es que en esta casa, ahora fantasma, ambos soñaron, pintaron, discutieron, pelearon y que el holandés estuvo a punto de matar al francés cuya venida a Arles esperó con ansiedad e ilusiones...

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