Piedra de Toque/ El águila en el torbellino

AutorMario Vargas Llosa

Un diario moscovita propuso que el Gobierno de Putin enviara a uno de sus expertos a asesorar a la Casa Blanca en la organización de elecciones rápidas y eficientes, y el Granma de La Habana se escandalizó por el espectáculo de "república bananera" que daba su vecino. Muchos analistas se preguntaron si lo ocurrido en estas elecciones en Estados Unidos no perturbaría el funcionamiento del sistema, provocando una seria crisis de confianza en sus gobernantes e instituciones.

Es difícil responder a esta última inquietud, pero probablemente la respuesta sea no. Resuelta la incógnita en favor de Bush por la Corte Suprema, se ha visto en los últimos días un esfuerzo conjunto de demócratas y republicanos para pasar la esponja y simular una reconciliación, que, por lo demás, ha quedado sellada con la participación en el Gobierno de varios demócratas.

Ahora bien, aunque Estados Unidos no se haya visto debilitado, ni en su supremacía militar, ni en su fortaleza económica, por el desmadre poselectoral, es evidente que lo sucedido ha sacado a la luz con arrolladora fuerza una verdad que, sobre todo en las democracias avanzadas que parecen funcionar bien, resulta cómodo olvidar: la imperfección congénita al sistema democrático. La superioridad de éste no proviene de que sea impoluto, sino, como le gustaba recordar a Churchill, de que todos los otros son mucho peores.

Entre imperfecciones hay, desde luego, jerarquías. Entre las elecciones del Perú del mes de abril, amañadas con un descaro obsceno por una pequeña mafia de rufiancillos civiles y militares al servicio de la pareja maravilla Fujimori-Montesinos, y el galimatías cómico de los recuentos de votos en Florida hay un abismo. Pero, aún así, la sorpresa ha sido mayúscula, sobre todo para innumerables ciudadanos estadounidenses, convencidos hasta entonces de que, aunque muchas cosas anduvieran mal en su país, lo único que no podía ocurrir en él era un caos semejante a la hora de contabilizar el fallo de los electores, y menos todavía que el resultado final de una elección nacional quedara librada a los pleitos y operaciones de abogados, detestados urdidores de enredos, y a los Jueces.

Pero, quizá lo que ha provocado mayor consternación en una sociedad donde los tribunales son considerados, de modo general, honrados y eficientes, y donde la Corte Suprema de Justicia goza de una respetabilidad unánime, casi sacrosanta, haya sido comprobar que, en este caso, de una manera inequívoca, Jueces estatales o...

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