El otro Perú

AutorAdalberto R. Lanz

Es muy común que quienes planeen ir a Perú con miras turísticas contemplen a Machu Picchu como una de sus prioridades.

Sin duda, el legado colonial y las zonas arqueológicas del Cuzco tienen la suficiente belleza como para hacer un viaje a este país sudamericano; pero este territorio cuenta con mucho más que ofrecer en lo que a cultura y naturaleza se refiere.

Al norte de Lima, sobre el litoral Pacífico, se encuentra la tercera ciudad más grande del país: Trujillo, que vive principalmente de la agricultura y el calzado, pero que en años recientes ha visto un repunte del turismo.

El hecho de que en esta región hayan florecido las culturas pre incas, moche y chimú, ha atraído a los apasionados de las civilizaciones prehispánicas que saben que estos pueblos tuvieron un desarrollo mucho mayor que los incas.

Trujillo es una ciudad colonial que, como muchas en América Latina, recibió su nombre en honor a su conquistador y que, gracias a las fortunas que amasaron los criollos, se llenó de mansiones y edificios de gran belleza.

Las fachadas de saturados colores y elaboradas forjas hacen que un paseo a pie sea un deleite, y la participación de la población en su cuidado es tal que, en un futuro, podría recibir el título de Patrimonio de la Humanidad.

A pocos minutos del centro de Trujillo se encuentra una zona arqueológica de tales dimensiones (rival de Cuzco en sus días de gloria), que no han faltado los comentarios que le atribuyen orígenes extraordinarios.

Así, le cabe a Chan Chan el dudoso honor de figurar en el gotha de lugares mágicos, uno de esos filones donde los esoteristas se ganan la vida.

Desde luego, el aspecto de esta urbe centenaria presta alas a la fantasía. Se trata de la ciudad de adobe más grande de la América precolombina en la que muros y tapiales pajizos se extienden hasta ser enjugados por el horizonte; frisos de pájaros y peces estilizados, grecas y relieves geométricos, balaustres y celosías que logran con el barro la finura de un encaje: todo hace pensar que uno se encuentra en el corazón de Mesopotamia, y no en un enclave precolombino a orillas del Pacífico.

Parece aquello un paraje asolado, castigado por alguna plaga divina. Y en cierto modo es así: primero fueron los saqueadores y buscadores de tesoros, y durante el virreinato, el sitio fue destripado en la creencia de que bajo sus escombros se escondía un tesoro.

Mucho más eficaz es el periódico saqueo de los aguaceros y el fenómeno meteorológico conocido como "El...

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