Perfiles e Historias / Su vida, la música

AutorMaría Luisa Medellín

La música del clarinete, la tuba, los platillos y los tambores resonaba en las fiestas del Señor del Amparo, patrono del pueblo, y ahí, en torno a la capilla, un chiquillo escuchaba fascinado.

La celebración religiosa congregaba a los devotos de Arroyo Hondo Villa Morelos, hoy Armadillo de los Infante, San Luis Potosí, pero el pequeño Ricardo no perdía detalle de las interpretaciones de la banda.

Ya en casa y con sus hermanos intentaba imitarla con sus propios "instrumentos": ollas, comales y sartenes aporreados rítmicamente con piedras, palos y cucharas.

Pero la fiesta acababa en cuanto su mamá entraba a la cocina y ordenaba parar aquel escándalo y dejar sus vasijas en donde estaban.

El recuerdo hace reír ahora al músico y maestro Ricardo Gómez Chavarría, quien a sus 85 años aún imparte clases en línea a sus alumnos de la Facultad de Música de la UANL.

También es músico fundador de la Orquesta Sinfónica de la Máxima Casa de Estudios, que el año pasado le entregó un reconocimiento al cumplirse 60 años de la creación del ensamble.

Moreno, delgado, memorioso y de mirada vivaz, platica que fue el tercero de los ocho hijos de Hermilo Gómez Sánchez y Eulalia Chavarría González, y que tanto su abuelo, como su padre, tocaban de oído; el primero, bajosexto y, el segundo, violín.

"Un día mi papá dejó el violín en el sofá, y lo agarré y empecé a sacarle sonidos. Me preguntó si me gustaría tocar. Le dije que sí, y al día siguiente tomó el violín, lo empeñó y, a cambio, me trajo un libro de solfeo.

"Como no entendía nada, fui a preguntarle a Clemente, el organista de la iglesia, si podía darme clases, y me dijo que sí, cuando terminara de tocar en los rosarios".

Clemente también lo animó a tocar la trompeta y a formar una banda que Ricardo armó con una docena de muchachos del pueblo.

Durante dos años se presentaron en Villa Morelos y sus alrededores, hasta que a varios de los integrantes, incluido su hermano mayor, el del clarinete, los contrataron para irse a Estados Unidos como braceros.

Había pasado la Segunda Guerra Mundial y urgía levantar la economía del campo en el país vecino.

"También se fue mi papá y yo me quedé a trabajar en el taller de talabartería de casa, así logré juntar dinero y pude ir a San Luis, a comprar, por fin, un violín", dice y sonríe.

Su primer maestro en ese instrumento fue el Padre Ignacio, no sin antes comentarle que ese violín era muy corriente, pero ya tendría manera de hacerse de uno mejor si seguía estudiando.

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