Perfiles e Historias / Poeta del desierto

AutorMaría Luisa Medellín

Después de experimentar con diversos tipos de imágenes en su obra personal, Alfredo De Stefano descubrió que prácticamente nadie fotografiaba el desierto, y que ese monumental espacio resultaba ideal para crear sus crónicas de luz.

"Ante esa inmensidad y soledad es cuando entiendes tu papel en el mundo; te das cuenta de lo pequeño que eres, y de ahí parte mucho de lo que quiero contar.

"Por eso el desierto ha sido el escenario donde he construido mi lenguaje", comparte este hombre afable, de lentes, ojos claros y cabeza afeitada.

Él proviene de una zona desértica, Monclova, y en los 90 decidió ahondar en esa vastedad territorial para encontrar relatos y metáforas visuales relacionadas, sobre todo, con la vida y la muerte.

De 58 años y de abuelo italiano, Alfredo es el mayor de los cinco hijos de Juan De Stefano Melchor y Elsa Farías.

En su infancia, dice, aún se podía salir a jugar a la calle con los vecinos y los amigos de la colonia. Casi nada más los sábados veían algún programa de televisión.

"Me acuerdo que mi papá tenía una cámara Brownie, de Kodak. Me la prestaba cuando iba a las excursiones con los Boy Scouts, en secundaria, y más que a mis compañeros, tomaba lo que iba viendo, el paisaje, la escuela, donde nos hospedaban, cosas del viaje".

De Stefano comenta que el funcionamiento de la cámara era sencillo, y para ser un niño no le salían mal las fotografías.

"Yo revelaba o trataba de revelar, pero no pensé que me fuera a dedicar a eso. Todavía conservo esa cámara y me pregunto cómo llegó a manos de mi papá.

"Cuando me fui de intercambio a East Brady, Pennsylvania, para estudiar inglés por un año al terminar la secundaria, también la llevaba y retrataba a los compañeros de la escuela, a la familia donde vivía y mi entorno".

Luego dejó de tomar fotos y pensaba estudiar cine, pero ante las pocas opciones en el País decidió ingresar a la carrera de Comunicación, en Saltillo, y retomó su interés por capturar imágenes.

De Stefano trabajó como free lance en televisión y en productoras independientes en la Ciudad de México y Pachuca, así como en una compañía minera en la que hacía publicaciones y fotografía.

"Pero se vino el terremoto en el 85 y decidí irme a probar suerte a Nueva York", comenta.

Allá permaneció unos meses, tomó algunos cursos, pero le robaron el equipo y regresó para integrarse a la galería de arte de su familia, en Saltillo.

"Empecé a hacer capital, compré mi equipo, monté otro cuarto oscuro y seguí haciendo foto...

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