Perfiles e Historias / Misión de amor y de piedad

AutorDaniel de la Fuente

Dicen que el desierto carece de vida, pero esto no es cierto y menos aquí en Mina, en la Casa Simón de Betania.

Para comprobarlo basta con entrar al comedor de infantes al que arriban en fila 16 de ellos, Ale a la cabeza, una pequeña de 5 años de ojos de un oscuro intenso al igual que su cabello lacio en el que predomina un moño rojo, y quien ingresa zapateando y sin parar de hablar y reír.

"Así está desde que se levanta hasta que oscurece", sonríe la Hermana Rosario Rodríguez, responsable del área infantil de la institución dedicada al cuidado de personas con enfermedades sin cura. Ale es una de ellas.

"Hay veces que ya todos los niños están dormidos y ella sigue contando historias".

En el comedor, los pequeños se sirven carne con verduras, arroz y frijoles. Llegan las tortillas, el agua de tamarindo.

La Madre Ana Jaramillo se sienta frente a Ale, quien por platicar será la última en terminar de comer.

"Vas a bailar con muchas ganas, ¿verdad?", le pregunta cariñosa.

"¡Claro!", dice la niña y reanuda la plática. Sigue la clase de baile y ella debe estar al frente.

Ale no es la más pequeña, sino Juan Diego, un bebé de cuna al que la niña suele saludar apenas se levanta. Algunos niños tienen familiares, pero les resulta imposible costear y dedicarse a sus tratamientos médicos.

Tras el último bocado, que la religiosa le da personalmente, la pequeña le da un trago rápido al jugo y corre hacia el ensayo.

La Madre Ana contempla con amor a la niña.

"Quien diga que aquí hay puro desierto no dice la verdad, ¿no lo cree?".

A sus 73 años, la religiosa de la congregación Siervas del Señor de la Misericordia no ha perdido el brillo en su mirada, aunque en ella parecen concentrarse los años, alrededor de 40, dedicados a la atención de desahuciados o enfermos en soledad.

El camino ha sido largo, pero ha fructificado. En esta casa tipo hacienda con casi 3 mil metros cuadrados de construcción seis hermanas, incluida Ana, cuidan a 26 adultos y 16 niños con enfermedades que van desde cáncer hasta tuberculosis, esquizofrenia y otros que son portadores de vih.

"Nos negamos a decir que son enfermos terminales", expresa la Madre Ana. "Aquí hay personas desahuciadas, que requieren atención, tratamiento, y desahuciados somos todos, nadie sabemos cuándo ni a qué horas, pero nos vamos a ir todos, en bola o en fila... pero terminales no.

"¿O tú ves a alguien en esta casa que esté 'terminando'?".

Aunque hay pacientes que requieren cuidados estrictos, en esta casa imperan las ganas de vivir, la alegría. Basta ver a Ale y a la tropa de chiquillos...

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