Perfiles e Historias / Leyenda de las redes

AutorDaniel de la Fuente

Nunca dudó que ganaría. Contrario a un año antes ahí mismo en Wimbledon, frente a Leo Lavalle, en esta final juvenil del 6 de julio de 1986, Eduardo Vélez se supo por momentos invencible.

"Las cosas se dieron muy bien, estaba tan metido en el juego que siempre estuve arriba en el marcador y, bueno, pude ganar el partido", describe el tenista a aquel chico que fue, de 17 años, y que en dos sets de aquella edición 100 del campeonato británico venció al español Javier Sánchez Vicario.

"Tengo muy grabado que, en los últimos momentos, veía la bola así de grande", cuenta y encierra una esfera invisible frente a su rostro de tez morena y mirada cálida. "Así de concentrado estaba".

Eduardo evoca su momento deportivo más alto en una de las canchas del club Tennis Center, en San Pedro. Aquí tiene instalada desde hace año y medio la academia que lleva su nombre.

Fue declarado triunfador en aquella contienda. En tiempos sin celulares ni internet, su familia aguardó impaciente la llamada. Apenas si pudo comunicárselo, dado que debía volar de inmediato a Lisboa a un siguiente torneo.

"Era el aniversario de bodas de mis papás", cuenta el tenista, conmovido al revivir la emoción.

"Se pusieron muy contentos, obviamente, pero fue todo tan rápido: tenía que asistir a la premiación y volar a las ocho de la noche. No me pude ir con mi entrenador (Gary Kesl), entonces viajé solo".

Así, el campeón juvenil de Wimbledon llegó solitario hacia la una de la mañana. A las dos estaba entrando al cuarto de hotel que le tenían reservado y finalmente se recostó.

"¡Tenía tantos momentos en la cabeza!", expresa, hoy de 46 años, y niega que haya sentido abatimiento. Era, más bien, como esa melancolía del artista que, tras rendirse ante un público, pasa de la euforia a la soledad absoluta. Se sentía tranquilo.

Pero tuvo que "cambiar el chip": en pocas horas se levantaría para asistir a la apertura del evento, desfilar con la bandera mexicana, competir en equipo y sobre una cancha distinta. Eran cuatro conjuntos y el suyo quedó en tercer lugar.

Tras mes y medio de gira por Europa, Eduardo regresó a la Ciudad y fue agasajado por su familia, amigos y vecinos con una taquiza. Y contó la historia anterior, más o menos con esos detalles, como a veces la narra cuando alguien, atraído por su fama, se inscribe en las clases que ha dado por más de dos décadas y le pregunta por la hazaña.

A veces, también, el mayor tenista que ha dado el Estado cuenta cómo debió cambiar el chip no sólo...

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