Perfiles e Historias / El don de compartir

AutorMaría Luisa Medellín

A la casa de doña Bucha se entra por la cocina. La puerta está abierta y las brasas encendidas, listas para preparar algún alimento con qué recibir a quienes llegan: café, frijoles en bola, huevo en salsa, papas con chile, caldo de res...

Ahora son menos los que se acercan a esta modesta casa de patio grande lleno de plantas, frente a la plaza de Icamole, porque ya hay poco movimiento en el desértico ejido de García, pero desde hace 50 años Tiburcia Hernández Cruz se ha distinguido por compartir el pan y la sal.

"Mi papá nos acostumbró así. Él engordaba marranos y el 24 de diciembre los mataba para darles de comer a todos los del pueblo, y me decía: 'Hay que compartir mija, porque muchos tienen para comer, pero muchos no. No puedo enseñarles otra cosa más que eso. Ustedes andarán descalzos, pero sus tripitas las traen bien llenas'.

"Él se llamaba Pablo Hernández. Murió cuando éramos chicos, pero eso se me quedó grabado. Nunca se me olvida", refiere esta mujer de 79 años, delgada, de rostro surcado por las arrugas y cabello recogido y bien peinado.

Mientras mueve los delgados troncos de la chimenea, según si desea avivar la lumbre o no, cuenta que desde adolescente echaba tortillas a mano, tallaba lechuguilla y cortaba candelilla para ayudar a su mamá, Julia Cruz.

Tenía 25 años cuando se casó con Melquiades Moreno, y del matrimonio nacieron tres hijos: Gregorio, Alicia y Valentín, además de criar a otros pequeños como suyos.

"Mi sobrino Isidro quedó huérfano porque mi hermana Luciana murió en el parto. Aquí se crió con nosotros. También algunos nietos y una sobrina de mi esposo; a todos los veo como hijos.

"Al principio estábamos de a tiro arruinados. Vivíamos de la labor, pero aun así yo hacía sopa y frijoles y le invitaba un taquito a la gente que venía de García o de Hidalgo a trabajar en el campo. No tenían quién les hiciera de comer y poco a poco empezaron a llegar a mi casa. Algunos me traían mandado, y ¡qué bueno! porque de ahí comíamos nosotros también".

Dice que quienes podían le dejaban algún dinero, pero ella hacía rendir la comida porque había quienes no.

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Doña Bucha va y viene en una cocina sencilla pero impecable. Conforme prepara el arroz rojo, el caldo de pollo, los frijoles, el repollo guisado y las papas en salsa, pone las cazuelas sobre dos mesas alargadas.

"Los familiares de mi esposo tenían vacas, y a veces traían leche", prosigue. "Pablita, la mamá de crianza de mi esposo, me regaló una becerrita porque yo le ayudaba a...

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