Perfiles e Historias / Contra la discapacidad

AutorMaría Luisa Medellín

Los relatos que escuchaba en su niñez sobre su bisabuela, quien todas las noches lloraba por los dolores, hicieron que con el tiempo Mario Alberto pensara en ser médico cirujano.

Pero en el cuarto año de la carrera, en la Facultad de Medicina de la UANL, se convenció de que debía escoger otra especialidad, porque apenas entraba al quirófano para auxiliar a su maestro Francisco Decrescenzo, empezaba a sudar, le daban palpitaciones e incluso se desmayaba.

"¡Cirujano de media hora, imposible!", exclama a la distancia Mario Alberto Garza Elizondo, con su voz norteña. "Creí que podía elegir alergología o dermatología, aunque la clase que más me gustaba era inmunología, y dije: de ahí soy".

En ese tiempo no había inmunólogos clínicos, lo más parecido era reumatología, y el ingreso a la subespecialidad exigía especializarse antes en medicina interna, así que se trasladó a la Ciudad de México, al Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán.

A un año de concluir esos estudios, decidió que también haría la maestría en ciencias con especialidad en inmunología, en el Instituto Politécnico Nacional, al considerar que le faltaban conocimientos en ese campo.

Esto realmente enojó a uno de sus maestros, Donato Alarcón Segovia, quien lo había animado a ser reumatólogo, y no entendía por qué aplazar su carrera.

"Él era una autoridad en la materia a nivel mundial; uno de los cuatro profesores del comité que decidía a quiénes aceptaban en la subespecialidad de reumatología, y más adelante, cuando solicité mi ingreso, votó en contra. Lo bueno es que los otros tres estuvieron a favor, y me quedé", ríe Mario Alberto, quien dirige el Centro de Especialistas en Artritis y Reumatismo del Hospital Universitario.

Tras el escritorio de un moderno y ordenado consultorio confiesa que el catedrático le hizo ver su suerte los siguientes dos años, pero le agradece que pusiera a prueba sus fortalezas.

"Gran parte de lo que soy se lo debo a él y al maestro Efraín Díaz Jouanen, mi apoyo en esos momentos tan difíciles con Donato, que al final me dijo que me quiso como un hijo. Y yo pensé: ojalá me hubiera querido menos, ja, ja, ja", lanza con su característico sentido del humor.

· · ·

Algo que Mario Alberto no olvida es la gran impresión que le causó entrar y recorrer el Instituto Nacional de Nutrición, en 1975, porque era un hospital de calidad mundial.

"Fue un encontronazo. En el Hospital Universitario teníamos muchos problemas de abastecimiento de medicinas, se cancelaban cirugías. Allá, lo que pidieras, lo último estaba ahí, el mejor equipo, todo", subraya abriendo los brazos.

Por eso, al regresar a Monterrey en 1982, se propuso que en su área...

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