Perfiles e Historias / Con la danza por dentro

AutorMaría Luisa Medellín

A sus padres les sorprendía que, a sus 4 años, su hija Blanca Marcela estuviera convencida de que sería bailarina de ballet y se la pasara haciendo piruetas por todos los rincones de la casa.

Tanta era su insistencia que la inscribieron en una academia particular, y a los 8 años la llevaron a presentar el examen de admisión de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, que aprobó sin complicaciones.

Pero era demasiado el desgaste físico y los sacrificios que implicaba su preparación, por lo que su mamá pensó que abandonaría la carrera. No fue así.

Aun con el cansancio de horas de práctica, cuando casi al anochecer llegaban a casa, la pequeña seguía realizando ejercicios y afinando sus movimientos con rigor y autocrítica, y si por alguna razón su mamá no podía llevarla a clases, se molestaba.

Y al paso de los años, la chica bajita, de ojos expresivos y naturaleza dulce y tímida, se engrandeció en los escenarios con fuerza y virtuosismo, hasta convertirse en primera bailarina de la Compañía Nacional de Danza, en la que envuelve de poesía su arte en movimiento.

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"La danza está dentro de mí", sostiene Blanca Ríos, quien comparte que su tía abuela paterna, Laurentina Ríos Hernández, fue bailarina profesional, por lo que cree que la pasión dancística habita en sus genes.

Blanca Marcela es la segunda de los tres hijos de Blanca Marroquín y Ángel Ríos, y en videoconferencia desde la Ciudad de México, donde reside, cuenta que conserva muy bonitos recuerdos de su niñez, aunque a la vez fue una etapa bastante difícil porque sacrificó tiempo con su familia y amigos.

"La pasión por la danza fue más fuerte que todo, aunque sí tuve momentos de crisis, en los que ya no quería bailar porque era mucho desgaste físico y mental".

Rosario Murillo, una de sus maestras en La Superior, dice que desde un principio notaron su potencial.

"Técnica y muscularmente era muy fuerte. Cualquier coreografía, cualquier variación, la hacía como de una manera muy fácil. Siempre destacó por tener un sentido musical muy claro y una capacidad de movimiento muy orgánica, muy natural, para saltar y girar con gracia.

"Era chiquitita y estuvo muchos años siendo ratoncito en 'El Cascanueces'. Entraba con un gran salto y esta niña volaba, así que fue nuestro 'ratoncito volador', hasta que fue creciendo e interpretando otros papeles en ese ballet, como el de Clarita y el Hada de Azúcar, uno de los más difíciles técnicamente en el ballet clásico".

Su talento es natural...

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