El perfecto antidemócrata

AutorJuan Luis Cebrián

Dicen que lo último que se pierde es el oído, debo estar acercándome al final porque no percibo nada, sólo ese resplandor intermitente que podría resultar hermoso si no anunciara corrupciones y miserias de una vulgaridad insoportable, incluso para quienes hemos vivido la vida del cuartel. Percibo también mucha brega a mi alrededor, sé que no estoy muerto aún, Vicky, cualquier otra, soy incapaz de distinguir ese hálito que desprende salitroso y pesado, de sirena insolente, anda remetiendo las sábanas y fumiga el aire con un ambientador que ya no huelo, todos los aromas me parecen el mismo, me recuerdan al formol, a los días de colada en la academia, al zotal de la limpieza en el Tercio, no se fuera a contagiar la tropa, porque muchos no hacían caso de nuestro eslogan, ni mujeres ni curas, que yo he seguido a rajatabla. Soy buen católico pero la adulación de los clérigos no me ha doblegado, como creyente hay que desconfiar de las sotanas y nunca, nunca, ir de frente contra ellas, paso de buey, piel de lobo, combatir contra la Iglesia es un error imperdonable que yo no me he permitido, ni como cristiano ni como gobernante. Es una luz intensa y fugaz, una vez, otra, decenas de veces, fogonazos rápidos, chasquidos, supongo que de nuevo está sacando fotografías Cristóbal, apenas tengo fuerzas para reprenderle, pretendo hablar y no logro articular palabra, ni siquiera un murmullo, me siento incapaz de esbozar el más mínimo gesto. Antes las gentes me obedecían con sólo mirarlas, les impresionaban mis ojos, los temían, les humillaban mis pupilas cuando yo las clavaba sobre las suyas sin decir nada, como si no hubiera necesidad de palabras entre ellos y yo, tanto más afirmado en mi poder cuanto los otros hacían gala de su debilidad, ahora se ha apagado el brillo del iris, me pesan los párpados, diminutos pergaminos incapaces de detener los fugaces e intensos rayos que los atraviesan, y aunque esa luz que me inunda hubiera podido anunciar la visita del Altísimo, estoy convencido de que es sólo el flash de una Kodak. A Pío XII, cuando agonizaba, su médico particular le tomó unas placas que luego vimos publicadas en la prensa, Villaverde es demasiado cobarde para atreverse y eso le pesa más que cualquier otra cosa, más que su incuria y frivolidad, el otro día tuvieron que sacarle de la casa del pantano, donde andaba con alguna miss, para traerle hasta aquí a toda prisa porque creían que moría, Cuquita hace como si no supiera de esto, pero todos hemos sabido siempre, lo que pasa es que la familia es sagrada, hay que respetarla incluso frente a quienes no lo hacen, los malos padres, los malos maridos, se sienten protegidos por la reverencia que los suyos tienen a la institución, y así debe ser: el divorcio es el principio de todas las corrupciones sociales. Ya con la flebitis, hace más de un año -¡caramba, cómo pasa el tiempo!, los reclutas decían que la vida, hasta la mili, es muy larga, y desde la mili, muy corta-, ya con la flebitis se le vieron a Cristóbal tendencias de mandamás, no creo que haya sido un buen yerno y le hemos aguantado en casa sobre todo por su sangre azul, aunque el título se lo tuvo que prestar su hermano, el de Gotor, nunca he entendido esa obsesión de Carmen por emparentar con la nobleza, por su culpa Nenuca acabó en lo que acabó, la nobleza soy yo, yo soy quien hace y deshace ducados y marquesados, condados y baronías, la hidalguía me pertenece por derecho divino, soy un rey sin corona para mi desesperación y estableceré mi dinastía, que no será de sangre sino política, con la colaboración del Príncipe de España, digno nieto de su abuelo y mucho mejor que el padre, que no es de fiar ni para los monárquicos, entre los que me cuento de corazón. Cuando asumió Juan Carlos de forma interina, en mi primera incapacidad, demostró ser prudente y fiel, me arrepiento de haberle retirado tan pronto y por sorpresa las responsabilidades de la jefatura...

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