Paz Fernández Cueto / Pecado y redención

AutorPaz Fernández Cueto

La noticia que atrajo a los medios no dejó de llamar la atención cuando al terminar el curso para confesores monseñor Gianfranco Girotti, regente de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, precisó en una entrevista concedida a L'Osservatore Romano que "las distintas violaciones a la dignidad humana entre las que se encuentran la manipulación genética; el 'área de las drogas' que afecta sobre todo a los jóvenes; y la desigualdad social con la que los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos, sí constituyen pecados", alertando contra conductas pecaminosas en relación con los derechos individuales y sociales.

Resulta extraño oír hablar de pecado si pensamos en la época actual, en la que la noción misma ha perdido su significado aun entre los cristianos, percibiéndolo como un mero costumbrismo social, casi en extinción. Tal vez a lo largo de la historia del cristianismo ha habido un exceso en la insistencia del pecado, descuidando por otra parte el aspecto luminoso y esperanzador de la fe, la dimensión positiva de la religión, la primacía del amor, el valor de la filiación divina, la confianza de sentirse hijos de Dios, amados por él, y libres como se siente el hijo en casa. Si no doctrinalmente, sí desde el punto de vista existencial, con frecuencia no nos tomamos en serio la redención, el hecho de estar a salvo, de sabernos protegidos porque hemos sido comprados a gran precio por la sangre de Cristo. Bien dice San Pablo que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, ya que, a pesar de experimentar esa fuerza devastadora que arrastra hacia el mal, percibimos también la ayuda divina, que es más poderosa, respetando siempre la libertad.

El pecado es todo lo que se opone al mandamiento supremo del amor: amarás al señor tu Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Así, el núcleo de toda tentación, como dice Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, es apartar a Dios de todo lo que parece más urgente, pasando a ser algo secundario o incluso superfluo..., poner orden en un mundo concebido para nosotros mismos, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas o materiales y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras. El pecado adopta una apariencia moral, la tentación no nos invita directamente a hacer el mal, esto sería muy burdo, sino que finge mostrarnos lo mejor...

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