Paz Fernández Cueto/ Gracias, don Justo

AutorPaz Fernández Cueto

Si justicia es dar a cada quien lo que le corresponde, es justo reconocer a don Justo su destacada labor como Nuncio Apostólico de México. Dentro de pocas semanas dejará el país para asumir la Presidencia de la Pontificia Academia Eclesiástica, escuela donde se forman los futuros diplomáticos del Vaticano, después de recibir tan honroso nombramiento de Juan Pablo II, a través de una carta personal.

Su misión lamentablemente fugaz, sin duda trascendente, se desarrolló en medio de una encrucijada clave en la historia del México moderno y en circunstancias especialmente difíciles, a pocos años de haberse reanudado las relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano. No hay que olvidar que fueron 160 años de frío distanciamiento entre México y Roma, marcados por la corriente positivista liberal, de tinte anticlerical, que surgió en época de Juárez.

Dejando a un lado conjeturas y especulaciones de quienes confunden la misión sobrenatural de la Iglesia, pretendiendo juzgarla exclusivamente desde una perspectiva de política, resulta importante destacar lo que fue en esencia la misión de don Justo, en su doble faceta de diplomático y pastor.

Como diplomático, destaca por su formación humanística y por su amplia experiencia en misiones especialmente delicadas. Inicia su carrera ingresando en la Secretaría de Estado del Vaticano donde permanece hasta 1967, cuando es trasladado en calidad de auditor a la Nunciatura Apostólica de Bruselas, de donde pasa en 1970 a la de Lisboa en calidad de consejero.

Durante los años transcurridos en Portugal tiene sus primeros contactos con el continente africano, a donde viaja con frecuencia como encargado de misión a Angola, Mozambique y Africa del Sur. En 1974 es nombrado Enviado Especial de la Santa Sede ante el Consejo de Europa, con el fin específico de abrir la misión permanente vaticana.

En marzo de 1979, Juan Pablo II le nombra Nuncio Apostólico en Costa de Marfil y el 27 de mayo siguiente, él mismo le confiere la ordenación episcopal en la Basílica de San Pedro.

En 1985 se traslada a Ginebra, en donde permanece hasta 1992 como Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU y demás organizaciones internacionales, con representación en esta ciudad.

A pocas semanas de la independencia de los países Bálticos de la Unión Soviética, es nombrado Nuncio Apostólico de Lituania, Letonia y Estonia, en donde contribuyó al resurgimiento de la vida eclesial, después de medio siglo de ocupación soviética y de...

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