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Pata de perro / El gran miedo

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Vincent
AutorAlonso Vera

Viajar no es tan complicado como la física cuántica. De hecho, creo que a cualquiera le sale de manera natural una vez que logra superar los miedos iniciales de ¿dónde voy a dormir, qué voy a comer y cómo me voy a comunicar? En lo personal, sobreponerse a estos temores me parece una actividad revitalizante y se ha convertido ya en una suerte de adicción. Sin embargo, aún tengo una pesadilla recurrente antes de regresar: despertar del ensueño de viajar y encontrarme viviendo de nuevo una vida normal.

El miedo es una emoción primordial, que aflora sin importar si el peligro es real o un supuesto. Tampoco importa si emana de algo acontecido en el pasado o de una situación presente, ya sean recuerdos infantiles del terremoto de 1985 o el ataque inminente de un chupacabras en celo. Incluso, el miedo puede surgir al preocuparse de situaciones futuras, como el impacto de un meteorito apocalíptico o una falla cardiaca al estornudar con los ojos abiertos.

Así como el recelo, viajar es algo implícito a nuestra naturaleza humana. Desde el origen de nuestra especie hemos estado en movimiento, siempre en busca de una cueva más segura o de un pasto más verde. Estos desplazamientos han propiciado la evolución por medio del intercambio de genes, técnicas e ideas. Viajar permite, a su vez, erradicar prejuicios y hermanar a desconocidos. Sin embargo, en ocasiones estos movimientos también traen consigo el miedo al otro, a lo diferente y al cambio. Todos ellos han generado conflictos violentos. Y es por medio de la violencia como sobreviven y se magnifican estos miedos, de generación en generación.

Somos herederos del temor de nuestros ancestros, aderezado con el creciente aislamiento que deviene la mediatización de nuestra realidad. Actualmente, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el 30 por ciento de la población del planeta sufre de ataques de pánico y ansiedad. Y aún cuando éstos pueden suceder al estar simplemente...

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