Pata de Perro/ Gorrones y malabaristas en Nueva Zelanda

AutorAlonso Vera Cantú

Uno como viajero debe ser humilde y entender que las relaciones humanas se basan en el respeto y la confianza. Mientras acumulamos más experiencias, más creemos que sabemos y poco a poco nos vamos olvidando de la importancia de sorprendernos con lo sencillo. Al mismo tiempo, nos cuesta más trabajo confiar en las personas y hacemos de las relaciones algo complicadísimo. Esto es algo que aprendí al caminar por calles y carreteras pidiendo aventón, al malabarear y comer fuego, y al encontrarme sobre una de las más antiguas manifestaciones de la naturaleza.

De la Era del Hielo nos quedan los glaciares. Nueva Zelanda está compuesta por dos islas, la del Norte y la del Sur -entre otras islas e islotes- separadas por el Estrecho de Cook y la diversidad de sus ecosistemas.

El Bufón de Juggler's Rest

Después de unos días acampando en el Parque Nacional de Abel Tasman y trabajando en las granjas de peras y manzanas en la zona de Nelson, decidí visitar Picton, pueblo intermedio entre las islas del Sur y del Norte, donde los visitantes están sólo de paso. Cuenta con un modesto puerto, aeropuerto y autos para rentar, así como un par de hostales, incluyendo el que yo considero el mejor del mundo.

Una pequeña puerta de madera da la bienvenida entre flores de lavanda, un sauce llorón y la pintura de un bufón malabareando a quienes por suerte, como yo, o por selecta recomendación en el mundo de la acrobacia, arribamos al hostal Juggler's Rest. Aquí, tres profesionales hicieron de éste un lugar de enseñanza, descanso e introducción a su mundo.

Juggler's Rest era una casa de madera con espacio para ocho visitantes que nos agasajábamos viendo fotografías de los dueños malabareando con todo tipo de cosas y en todo tipo de circunstancias alrededor del mundo. La sala tenía chimenea, instrumentos musicales, la más variada selección de música en vinilos y la cocina era zona de rituales y creatividad internacional. Afuera existía una comodísima terraza con el espacio adecuado para observar, practicar, relajarse y charlar.

Regalo para el Camino

Dentro de la "familia" que conformábamos en ese momento estaban Yannick, maestro en el diábolo y los bastones, con quien recogía los mejillones que cocinábamos en las noches (los acompañábamos con quiches y tartas de su natal Francia); Hans, un acróbata alemán en cuyos hombros me subía a malabarear, me paraba de cabeza y me hacía brincar hacia todos lados, y Fred, con quien platicaba de Asia, del gusto por vivir y era mi...

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