Entre Paréntesis / El último piropo

AutorDavid Martín del Campo

Uno de los grandes placeres de la vida es mirar a las muchachas. Muchachas que se trasladan a la playa, como celebra Tom Jobim en su inmortal "Chica de Ipanema", muchachas que pasan como un suspiro ante nuestras narices aleladas. En esas circunstancias, seguramente, es que nació el arte del piropo.

¿Por qué se piropea a una mujer? Alguien, con el más profuso análisis psicoanalítico, dirá que es un recurso de impotencia, de agresividad misógina, de violador reprimido que no puede ir más allá de sus palabras. No lo sé. Lo cierto es que el arte del requiebro tiene una raíz típicamente española, hispánica por extensión, y hasta donde sé nadie produjo un solo piropo en la Plaza Trafalgar cuando la minifalda fue inventada. Se dirá, por lo mismo, que el arte de piropear esconde un resabio machista, dominador, porque las muchachas por lo general no andan lanzando chiflidos ni lisonjas a cuanto galán ven pasar, aunque ganas tuvieran.

Todo esto viene a cuento ahora que nos enteramos del piropeador de Santa Rosa Xochiac, Ángel Sánchez, quien el sábado 23 de abril lanzó su más atrevido requiebro. La nota del periódico no precisa qué fue lo que allá por la cañada de Contreras dijo este fácil poeta; qué alambicada estrofa habrá arrancado de su corazón estupefacto. ¿Le habrá dicho: "Ay, si los niños piden juguetes y los presos libertad... yo lo único que pido es que me quieras de verdad"? ¿O habrá sido más severa su inspiración? El caso es que este silvestre lisonjero ya no tendría otra oportunidad de practicar su verso enamoradizo, porque el hermano de la muchacha, de nombre Zenaido, escuchó también el piropo (que le habrá parecido excesivo), entró a casa, sacó la pistola y soltó tres tiros sobre la espalda de Ángel, dando fin a sus días de alborozada lira.

Dicen que por la boca muere el pez, aunque yo he escuchado lisonjas de tan subido color que la tipografía de esta página no podría, cabalmente, reproducirlas con su natural osadía. Claro, nada tan hermoso como una dama que se sonroja al saberse halagada. Hay el que le grita "¡Guapa!", y el que musita "Pobre del cielo, que palidece ante tu belleza". También hay otros, más osados, que obligan al sonrojo y desafían la bofetada. Imagino, sin tener pruebas, que el pobre Ángel Sánchez pertenecía a esta estirpe sinvergüenzona.

En México, los piropos más inspirados pertenecen a la clase obrera. No hay zanja callejera, o edificio en construcción, que no posea un puñado de avezados jilgueros "en el arte de...

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