Entre Paréntesis / El Grinch somos todos

AutorDavid Martín del Campo

A la memoria de don Luis González y G., biografía mayúscula de la historia con minúsculas

Es algo próximo a la histeria colectiva. Todos quieren comprar la última pijama, envolverla a toda prisa y obsequiarla con la mejor de las sonrisas porque así lo exige la temporada y no caben las tribulaciones. Los almacenes, las avenidas, las calles conquistadas por el ambulantaje; en todas partes trepida el mismo furor y nadie se ve libre de esa agitación consumista edulcorada por las carcajadas de Santa Claus y los turrones obsequiados con alevosía.

Las pascuas no hacen felices a todos y existe un cierto tipo de personalidad que repudia el festejo. No compran árboles de navidad, no arreglan nacimientos y odian los villancicos. Ese tipo de neurosis fue retratada por el Dr. Seuss, autor del ya clásico libro infantil de 1957 De cómo el Grinch robó la Navidad y cuyas reimpresiones suman veintenas. La adaptación cinematográfica, estelarizada por Jim Carrey, terminó por consolidar al personaje: un pobre anacoreta peludo y verde que vive en lo alto de la montaña, alejado de Whosville, donde todos son felices preparando la Nochebuena.

El Grinch, que es la aglutinación de todo tipo de rencores, se convertirá en algo así como el "anti-Santa Claus", y de ese modo perpetrará el gran crimen navideño hurtando todos los regalos, todos los juguetes y todas las luminarias decembrinas. Y así, como afirma el personaje, "obedeciendo el bramido de los amargados y los deprimidos", cometerá su gran venganza freudiana (de niño todos se burlaban de él), dejándonos en la más triste de las orfandades navideñas, sin la cena de Nochebuena, los aguinaldos y el arbolito cuajado de adornos.

Uno de los significados más obvios de esta festividad es la tregua de paz y confraternidad que supone la fecha, frente a la deshumanización cotidiana que sufrimos el resto del año. Una temporada en que nos permitimos ser felices (cualquier cosa que eso signifique), expresar nuestra benevolencia y obsequiar afecto a los nuestros. Tiempo de reflexión, de abrazos y contento.

Sobre el portal de Belem resplandece una estrella nueva y con ella debe renacer la esperanza. Todo eso está muy bien, salvo que la mercantilización le resta autenticidad al festejo porque, a pesar de las campañas anticonsumistas ("regale afecto, no lo compre"), todo se convierte en una obsesión por comprar.

No es ningún secreto que durante estas semanas el comercio logra entre el 30 y el 40 por ciento de sus realizaciones...

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