ENTRE PARÉNTESIS / Churros Inc.

AutorDavid Martín del Campo

La tentación del kitsch siempre estará ahí. No lo neguemos; en algún débil momento hemos sido víctimas de su hechizo. Habita en la pata de conejo que atesoramos desde la adolescencia y en el cromo de Jesús Helguera que recortamos del calendario. El mal gusto acecha en cada esquina y nadie queda libre de su embeleso. ¿Hasta dónde el arte popular es kitsch? ¿Y el souvenir de Disneylandia, y los zapatitos del bebé metalizados en estaño?

En muy pocas salas está corriendo la película El fantástico mundo de Juan Orol, ópera prima de Sebastián Vega del Amo. El filme, protagonizado por Roberto Sosa, presenta la vida de aquel peculiar realizador mejor conocido como "el rey del churro". Orol fue un cineasta inclasificable. Recuérdese su imagen, enjuto y bajo un sombrero gris ladeado. A él se atribuye la invención del "cine de gángsters" en nuestro medio, lo mismo que el género de rumberas. La película, narrada desde un punto de vista paródico, describe el humor involuntario de aquellas propuestas de solemne ingenuidad, como cuando en primer plano Orol lanza el siguiente exordio: "Me dirijo a ti, madre de abnegación, porque la mujer buena es una esposa buena y merece nuestras mejores consideraciones..."

Impericia, ingenuidad y desatino. El mundo está lleno de tontos bienintencionados a los que alguien premió con un micrófono, un teclado o una cámara. Genios improvisados que pasan a la historia por su escandalosa memez y las carcajadas que sus disparates arrancan al público. Tal fue el caso del gallego (y cubano y mexicano) Juan Orol, quien nos legó medio centenar de películas que, en su tiempo, fueron bastante taquilleras. Claro, en su elenco incorporaba vistosas rumberas como María Antonieta Pons y Rosa Carmina, amén de gángsters al estilo Chicago disparando metralletas a la menor provocación, incluso... ¡contra la mafia de los charros!

El "churro" ha sido por antonomasia el espectro del cine mexicano. Después del breve resplandor que tuvo en su época de oro, el séptimo arte vivió, salvo excepciones, décadas...

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