Las paredes hablan

AutorHugo Roca

Fotos: Aggi Garduño

En Flagstaff, al centro-norte de Arizona, entre el monte Elden y la Meseta del Colorado, soplan tormentas de arena antes de la noche. Así ha sido durante todos los días de mayo y el espectáculo le da a la ciudad, justo antes del crepúsculo, la apariencia de un pueblo fantasma.

Es viernes, seis y media de la tarde, y junto con el sol se oculta la gente. Los semáforos brillan para nadie; las cortinas tapan las ventanas; en calles y banquetas despobladas, polvo, basura y hojas marchitas revolotean bajo el influjo del viento que poco a poco se va haciendo más gris y frío.

Se percibe un ligero olor dulzón esparcido por las alborotadas frondas de los pinos Ponderosa que llenan parques, vecindades y camellones; luego llegan 10 columnas de viento y arena roja. Las más altas miden 15 metros y avanzan una detrás de otra: dan la impresión de espíritus del desierto dispuestos a vengarse, pero su actitud es benigna y cuando se desintegran en el aire, tras haber dado vueltas por la ciudad durante 5 minutos a 10 kilómetros por hora, la destrucción es mínima: un buzón arrancado, una bicicleta derribada y barro que ensucia la fachada de las casas.

Muchos habitantes se han guarecido en las cantinas agolpadas en la Route 66, que parte Flagstaff por mitades casi iguales. Observaron el espectáculo en silencio a través de las ventanas mientras las puertas batientes chocaban con violencia contra las paredes.

La mayoría son jóvenes estudiantes de la Universidad del Norte de Arizona, situada en Flagstaff, cuyo universo de 28 mil alumnos representa cerca del 50 por ciento de la población total de la ciudad. Ahora que la tormenta se ha ido, en el Collin Irish Pub se abrazan, bailan y gritan consignas a favor del alcohol y el amor.

Ajeno al entusiasmo general, aunque con una media sonrisa en el rostro, Michael Steuben, un escritor alemán de 50 años, me invita una copa de ajenjo en una mesa al fondo a la izquierda, cerca de la rocola y el baño.

Llevamos cinco días recorriendo cañones. Han sido jornadas agotadoras; de dormir cuatro horas y comer donas y hamburguesas con cafés y cervezas; de pasar de cuatro a seis horas diarias en carretera yendo de un cañón a otro, atravesando pueblos, aldeas y ciudades. Por su posición estratégica, cercana a famosos cañones como el Gran Cañón y el Walnut Canyon, Flagstaff ha sido nuestra base para pernoctar en esta aventura.

Sin embargo, no estamos tan cansados. Hay algo en los cañones, una especie de estímulo...

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