Paraíso perdido / La vida en rojo

AutorRafael Aviña

A pesar de su inmaculado nombre, la zona de Whitechapel en Londres se trastocó en un sórdido territorio de sangre y paranoia donde se libró una batalla a muerte entre humanos y un monstruo. Un ser demoniaco y brutal, surgido de las peores pesadillas victorianas, quien en 1888 asesinó con saña a cinco prostitutas, adquiriendo por ello el mítico sobrenombre de Jack El Destripador, un sádico sexual que mutiló y se llevó como trofeo los órganos de sus víctimas: ya sea genitales, intestinos o corazones. Su caso anticipó el de los modernos asesinos en serie, cuya aparición cambió la perspectiva del crimen. Ya no se asesinaba por dinero, pasión o venganza, sino por placer e instinto.

Jack The Ripper, cuya identidad sigue siendo un cúmulo de misterios -se dijo que era un médico de la realeza y nuevas investigaciones, como la de la escritora Patricia Cornwell, aluden a un pintor esquizofrénico-, fue un asesino que primero seleccionó a sus víctimas y cuya conducta criminal se volvió repetitiva: los hechos, personajes y situaciones resultaron variaciones de un esquema que le llevaron a perfeccionar un método con extrema perversión. Ese mismo año de 1888, la Ciudad de México también fue asolada por un destripador nacional, que no alcanzó el estatus de leyenda de aquél, pero marcó un hecho ineludible: la brutalidad, el horror, el morbo y la pasión por la sangre no tienen patria, edad o tiempo.

Dice Agustín Sánchez González en su libro de reciente publicación Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX (Ediciones B, 2006): "Francisco Guerrero llenó las páginas de la nota roja en México durante tres décadas... El Chalequero era un violador, asesino de mujeres y degollador que actuaba por los rumbos del barrio de Peralvillo, cerca del Río Consulado". A partir de fuentes hemerográficas, de textos de periodistas e investigadores como Hernán Robleto o Alberto del Castillo y del célebre estudioso de la criminalidad durante el porfiriato Carlos Roumagnac, el historiador y ensayista Agustín Sánchez relata, entre otras decenas de casos, la atribulada vida del Chalequero, extravagante asesino en serie de prostitutas y antecedente notable no sólo de un mito del crimen en nuestro País como lo fue Goyo Cárdenas, sino del fenómeno de la muerte violenta.

Atrapado el mismo año de sus fechorías, en 1888, y condenado a muerte, aunque su sentencia fue...

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