¿Paraíso o infierno?

AutorOscar Cid de León

Aldous Huxley entró a México por Puerto Ángel en 1933. Pobre Huxley. En algo menos de una hora, según cuenta en un sufrido diario de viaje, arribaría a Pochutla, uno de los pueblos más espantosos -así dijo- que jamás había visto.

"Allí estaba, hundida en el polvo que llegaba hasta los tobillos, bajo el sol ardiente, irrevocablemente perdida. No, ni siquiera perdida, porque, obviamente, allí no había habido nunca nada que perder. Sólo desesperanzadamente ausente el fantasma medio muerto, prenatal, de un lugar. En la gran plaza achicharrada unas pocas mujeres indias se acuclillaban, envueltas en chales azules. Una tenía una hilera de tomates escrofulosos alineados ordenadamente ante sí; otra ofrecía tres plátanos a la venta; una tercera, envuelta en una nube de moscas, algunos trozos de carne ensangrentados".

Pobre Huxley. Sí que sufrió ese viaje que vendría a desatar las que serían quizá sus páginas más rabiosas: Más allá del Golfo de México. En camino a la Ciudad de Oaxaca, pasaría por Miahuatlán, que calificó de "pompeya miserable", sobre todo tras el sismo que había azotado a la entidad tres años antes. Había visto un cadáver a la vera del camino y pensado en las carnicerías casuales, domésticas, tan salvajes como aquéllos.

"En esta parte del mundo un hombre no se considera un hombre si no está armado", escribió.

A Ejutla le correspondió el calificativo de "ruinosa"; sólo llamó su atención la escultura de un ángel en la altura de su iglesia; ese ángel, dijo, no era más que un "indio primitivo" tocado inexplicablemente por el espíritu barroco, "pero una obra de arte genuina".

Cuando llegó a la capital, por fin reconoció belleza: Los Portales, Santo Domingo, Monte Albán, del que advirtió: "El modo más convincente de probar que un lugar dado es sagrado es hacerlo tan majestuoso y tan bello que, cuando lo vea, a la gente se le corte la respiración de asombro y reverencia".

Pero pobre Huxley, otra vez vendría la decepción cuando pisó el Valle de Etla. Cuenta que en ese momento se desarrollaba en el pueblo un concurso para elegir entre seis mujeres a la más bella del ejido, y él incrédulo, con la boca abierta. El escritor, quien se referiría al certamen como "Miss Etla 1933", advirtió, como afilando un cuchillo: "Sus rostros eran muy oscuros, pero estaban empolvados de malva. En cuanto a su silueta...".

Los puntos suspensivos no serían suficientes, y continuó: "Existe una cierta mezcla de sangre india y europea que da como resultado, por alguna...

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