Entre Paréntesis / El azul de Vincent

AutorDavid Martín del Campo

UVERS SUR OISE.- Es necesario tomar el tren en la Gare du Nord y dirigirse hacia Pontoise, 30 kilómetros al norte, según discurre el Sena. De hecho el Oise es un afluente del río parisino y en sus riberas se inspiraron los primeros impresionistas... Daubigny, Pisarro, Cezzanne; cuyo ejemplo terminaría por persuadir al convaleciente Van Gogh.

El tren es de dos pisos y en 45 minutos llega a Pontoise. Es necesario trasbordar hacia la mítica Auvers donde Vincent Van Gogh culminó su obra... 79 cuadros en 69 días del verano de 1890. El vagón va semivacío y recorre varios pueblecitos pintorescos donde se conjuga la vida campirana con los chalets suburbanos de los buenos burgueses parisinos. De pronto se anuncia el poblado y del vagón descendemos un puñado de viajeros despistados, cámara en ristre, porque la visita a esta campiña es un ritual de los fanáticos de Vah Gogh.

Apenas salir del andén uno se topa con las señales de esa veneración casi litúrgica: el letrero que señala hacia el Museo Van Gogh, hacia la iglesia que pintó dos semanas antes de morir, hacia el cementerio o la casa donde habitó (y que hoy ocupa el restaurante Auberge Ravoux). Por fortuna el día amaneció tibio y no queda más que seguir los pasos de esos otros peregrinos, mochila al hombro, y que hablan inglés, italiano y japonés.

Van Gogh llegó a Auvers el 20 de mayo de 1890 luego de abandonar el manicomio de Saint-Rémy. Su hermano Theo, tan preocupado por su salud, sugirió este remanso lejos del ruidoso París donde además estaría bajo la supervisión del famoso doctor Gachet (Paul Ferdinand), que retrataría en sus últimos cuadros. Van Gogh se había desorejado un par de años atrás, una noche de histeria luego del pleito que tuvo con el otro genio impresionista, Paul Gauguin, cuando rompieran el pacto fraternal que habían sellado en la "casa amarilla" de Arlés.

Es necesario remontar una callejuela empinada para llegar hasta la iglesia de Auvers. Los muros de las quintas son de piedra y ladrillo y están cuajados de zarzamoras. No es demasiado difícil dar con la iglesia y de pronto, al situarnos ante su fachada, algo cruje en el pecho. La parroquia es idéntica a la que pintó Vincent un siglo atrás (sus techos ondulados, los vitrales góticos) y sólo faltaría la campesina en suecos y cofia avanzando a su izquierda, pero en su lugar están dos turistas californianas que se pasan la cámara una a otra, posando con los brazos en alto.

El genio de Van Gogh reside, desde luego, en sus...

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