Pánico Escénico / González Caballero, la malicia del pícaro

AutorJosé Ramón Enríquez

Casi entre paréntesis, me atrevo a hablar de cine y de una película que no he visto, Elefante. Pero lo hago porque el nombre de Gus Van Sant trae a mi memoria el mejor tratamiento del mundo shakesperiano que he visto en la pantalla, My own private Idaho, y eso ya es materia de mi pánico escénico. Keanu Reeves compartía el film con uno de los más grandes actores jóvenes que se han dado en la historia de un arte ya centenario: River Phoenix. Y como era las dos cosas, un río y un constante renacer de las cenizas, estoy cierto de que Shakespeare encarnó en él para besar a Hal y para asistir al entierro de un Falstaff actuado maravillosamente por William Richter. Antes, Van Sant ya había homenajeado los magisterios perversos, nada menos que haciendo actuar a William Burroughs como cura en la escena culminante de Drugstore cowboy con otro monstruo juvenil de la pantalla, Matt Dillon.

Pero vuelvo al teatro que impulsa mi pánico con otro maestro de punzante ironía. Antonio González Caballero murió a los 72 años tras una larga trayectoria escénica. Son muchas las obras escritas por él, de las cuales un buen número llegó a ser montado con éxito en su momento, y son muchos los que se precian de haber sido alumnos suyos. Por los emotivos artículos de un crítico y teatrero de amplia y reconocida trayectoria como Raúl Díaz, y de Ximena Escalante, una crítica teatral y dramaturga muy joven y brillante, entre otros muchos, salta a la vista que todas las generaciones vivas en el teatro conocieron y amaron al maestro González Caballero. Yo mismo, que apenas lo traté, vi su teatro y reconocí esa malicia de buen pícaro mucho más trágica que un grito destemplado. No olvido su encuentro con Julio Castillo en su Estupendhombre, que por muchas razones personales me significó cambios importantes. En esa obra, González Caballero, sin dejar la ironía, comenzó a transitar por caminos solitarios de la dramaturgia nacional. Sin embargo, nuestro actual canon teatral lo ha dejado al margen no sólo como autor, sino como maestro de actuación. Como en el caso de Juan Pablo II, que ya revienta el cielo con tantos curas y monjas canonizados, las historias del canon teatral lo son de intereses y de manejos correctos de la mercadotecnia. Como lo afirman sus alumnos, a González Caballero lo aburrían esas lides.

En cambio, seguramente veremos muy pronto en nuestros escenarios la nueva obra de Eric-Emmanuel Schmitt, El libertino, que se aplaude actualmente en España, que fue...

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