Lo tenía palpitante

Lulú Petite

EL GRÁFICOQuerido diario: ?Hola ?dijo Víctor como si acabara de subir corriendo veinte pisos por las escaleras. Aunque es uno de mis clientes recurrentes, hacía mucho que no lo veía y ya extrañaba.

No me pareció extraño que le faltara el aire. Víctor fuma mucho y eso, mal que bien, provoca que te canses más rápido. Eso sí, es un fumador comprensivo y caballeroso, así que nunca prende un cigarro cuando estamos juntos. Es cuarentón fornido con varoniles canas en ambos lados de la cabellera como brochazos de pintura blanca. Su voz, tiene un carraspeo de ultratumba, es lo que más lo caracteriza. Cada vez más gruesa, más rasposa, más lejana, como si tuviera garganta de lija e hiciera gárgaras con aguarrás.

Víctor es a todo dar y me encanta estar con él, pero ayer, después de un buen rato de no verlo, lucía cansado, estresado, como desesperado y de mal humor. Parecía enfermo, así que le pregunté qué tenía.

?Nada grave? ?balbuceó?. No voy a morir. Bueno, sí? Todos vamos a morir en algún momento, pero no de esto.

Me contó que había decidido zafarse del vicio que lo tenía atrapado desde su adolescencia. Hacía casi un mes que había fumado su último cigarro y estaba decido a mantenerse firme en la decisión.

?Un cambio absoluto, Lulú ?dijo de pronto como sólo se dicen esas cosas que has decidido con firmeza.

Le sonreí y eso iluminó su rostro. Se acercó y me tomó por la cintura.

?Te extrañé ?le dije cerca del oído, con cachondería.

?Yo también ? me dijo bajito, también al oído antes de llenarme de besos. Su voz tan cerca de mi tímpano me provocó un escalofrío de esos ricos.

Nuestros cuerpos reaccionaron al unísono. Se imantaron como por una fuerza indetenible, una ley física del universo. Poco a poco fui desabotonado su camisa, descubriendo sus hombros, su pecho. Sentí su piel helada.

?¿Tienes frío? ?pregunté.

Negó con la cabeza:

?No, al contrario, estoy caliente.

Terco y orgulloso. En cierto modo le da estilo. No quise insistir, pues al fin y al cabo, ciertamente, nos estábamos calentando. Su pene se despertó en un santiamén. Lo sentí entre mis piernas, pulsando debajo de la tela de su pantalón. Sus manos fueron sagaces y expertas al descorrerme la cremallera del vestido e ir desnudándome como si le quitara la envoltura a un regalo de cumpleaños. Me arrancó el sostén mientras caíamos en la cama como si nos desmoronáramos, como si nos demolieran. De pronto, mi cuerpo era milimétricamente explorado por sus dedos traviesos, sus manos suaves y...

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