El Paladar Viajero/ San Diego para disfrutar

AutorLuis Marcet

Yo no sé qué hacen en Tijuana, pero cada vez está más fea. La entrada, con toda la ciudad a los pies, es deprimente. Todo es gris y polvoso.

En fin, así es la vida, como ciertas salidas de México.

Llegamos al Camino Real, en donde nos esperaba siempre sonriente Adolfo Quirós, de Domecq, pues íbamos a la vendimia del Valle de Calafia.

Nos saltamos el buffet del hotel y nos fuimos al restaurante chino El Dragón, de la plaza comercial cercana al hotel. El restaurante es rancio, y toda la comida fue tópica, a excepción de un platillo, pero ¡qué platillo!

Era la especialidad de la casa: un pato, no mandarín, a la ciruela, que se inscribe junto con el mandarín de Tommy Toy's, de San Francisco, como los dos mejores patos que he comido en mi vida.

Luego, a la vendimia, con toda la organización, hospitalidad y boato de la casa Domecq. La alegría del vino nuevo y los fuegos artificiales crearon una velada que siempre ha sido sentida y carismática.

Al día siguiente fuimos al "puente de los suspiros", o sea el fronterizo. Iniciamos la fila chino chano y advertimos que ofrecían unas bicicletas para pasar más rápido. Indagamos y nos dijeron que el paso paralelo, por las leyes de Estados Unidos, es para incapacitados y para los que lleven una bicicleta en la mano. Nos pareció alucinante y por 1.50 dólares valía la pena tratar. Y dicho y hecho, paramos ante los miles de peregrinos y al salir nos recogieron las bicicletas. ¡Cosas veredes, Sancho!

Tomamos el trolley-tranvía rápido, que nos depositó exactamente enfrente del hotel Westgate, donde nos íbamos a alojar. Como era domingo fuimos a su famoso brunch, que por cierto, también nos lo había recomendado el día anterior en el avión Adolfo Lagos.

El brunch estuvo abundante, aunque la carne estaba algo dura.

Por la tarde, temprano, nos fuimos a buscar el ferry para ir a la Isla Coronado, con su famoso hotel.

Llegamos con una cierta antelación y empezamos a husmear en un muelle adjunto en donde había un buque de guerra. Parece mentira que estando en una base militar, los ídems pasen tan desapercibidos y que toda la ciudad y alrededores esté dedicada al turista. Llegamos a Coronado y empezamos a ver las múltiples tiendas y los hermosos jardines que lo rodean. ¿Sería posible hacer aquí algo así en Chapultepec, Xochimilco, Avándaro o Chapala? Los primeros que hostigarían estos proyectos serían las autoridades y los bancos, que no sueltan un peso ni a tiros.

Tras vagabundear un rato, vimos a dos coolis gringos...

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