El Paladar Viajero/ En la bella San Francisco (II y último)

AutorLuis Marcet

Ante todo deseo aclara que por un lapsus mentis, dijese que la tira cargada era de cordero, en lugar de res y que deseamos agradecer, los restauranteros que oímos al subchef Francisco Origel, michoacano, las atenciones que recibimos por esta fantástica tira de res, brassé, que nunca habíamos probado y cuya receta nos dio.

Aún nos quedaban algunos restaurantes pendientes, casi nos fuimos al archifamoso Rubicón.

Tras hacernos esperar un rato, a pesar que teníamos la reservación oportuna, subimos una interminable escalera hacia nuestra mesa.

Nos acomodaron y un mesero alto y bien parecido se dirigió en exclusiva con nuestro colega Julián Abascal, casi metro noventa de estatura, carita y con personalidad, gesticulando, el mesero, apasionadamente los diversos platos del menú, inclinándose y acercándose cada vez más a él, que se iba juntando y apoyándose en mi esposa Sandra, evitando el asedio, por cierto, sin ninguna mala intención.

Independientemente de los andares juguetones de los meseros, iremos al grano, como decía la gallina.

Pidieron agua natural y nos trajeron mitad natural, mitad con gas. Solicitamos el cambio sin ninguna respuesta positiva. Cuando volvimos a solicitar más natural water, trajeron el agua y fue llenando los vasos a destajo, con los que teníamos agua natural nos vimos sorprendidos al beberla, o sea que habían vuelto a traer agua con gas.

Dimos la partida por perdida y esperamos la comida, allí habría dado un ataque taquicárdico a G. L. Othón, pues la espera fue tan larga, que la llamamos la cena infinita. Para colmo la comida fue un desastre, el vol-au-vent of wild mushrooms, lo único que tenían de salvaje se debería a osadía del chef.

En cuanto al faisán al serrano, nunca supimos de que sierra venía el jamón, pero desde luego no venía de ninguna española.

Para hacer inolvidable la velada tardaron un siglo para traernos la cuenta.

En fin, punto y aparte, pues la siguiente comida compensó todos los malos recuerdos. Fuimos a Tommy Toy's: "alta cocina china", rezaba la tarjeta.

Se había pedido a Günther Mauracher que escogiese el mejor restaurante chino, y a pesar de su curioso nombre fuimos ciegamente.

El lugar no tiene el vario pinto folclore chino y como los platos estaban en ...chino, aunque hubiese traducción, le pedimos a Günther que ordenase por nosotros, cosa que hizo, tras estudiar el menú, nos propuso un poutpourri de platillos chinos, con el pato mandarín entre ellos.

Bueno, sólo les puedo decir que estuvo todo...

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