Palabra y fe / Para vivir la fe

AutorPbro. Marcelo Varela

Durante mucho tiempo se difundió en nuestro País y tomó raíz en nuestra gente, sobre todo durante el siglo 20 con la influencia positivista, la doctrina o la creencia de que la fe y la vida ordinaria no tenían nada que ver entre sí.

La fe, la oración, las prácticas religiosas habrían de suscribirse sólo al ámbito de lo privado, de lo íntimo, vaya. La fe había que dejarla en casa... o en el templo, como un traje a ponerse cuando uno llega y a dejarse para ser usado la próxima ocasión que se entrara al recinto sacro.

En esta visión dislocada de nuestra realidad, la distancia entre lo que se cree y lo que se vive fue aumentando. Frases como "la salud de mi cuerpo y la de mi alma son dos cosas distintas" o "una cosa es mi religión y otra mi vida diaria", o bien "los sermones son para ser oídos en la iglesia, no en la calle" llegaron a ser la doctrina a ser seguida por muchos: un divorcio total entre lo que se dice creer y lo que se testimonia con la vida.

De esta manera queda justificada la inconsistencia, la incongruencia y la falta de armonía en toda la persona humana como norma de vida, como cuando alguien dice, para tranquilizar su conciencia, "yo creo en Dios", sin recordar lo que dice la misma Biblia: "¿Crees en Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo tiemblan".

Es por esto que no debiera extrañarnos el resultado de todo lo anterior: en un mundo donde la fe sólo es algo que se tiene, pero no se transforma en vida, lo único que queda es la avaricia, la violencia, la falta de respeto por el hermano, en fin, todos los desórdenes a los que se ve sujeta la persona que no es capaz de desarrollar un sentido de unidad, de integridad en su ser.

Hoy Jesús en el Evangelio nos muestra, al salir a todos los poblados, al buscar...

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