Opinión Internacional/ Terror y democracia

AutorEzra Zhabot

Para aquellos convencidos de la utilidad de los mecanismos de coerción, el uso de la fuerza permite conseguir aquello que difícilmente puede obtenerse a través de las negociaciones, ya sea por la fortaleza del contrincante o debido a que por principio se considere a la violencia como el arma más adecuada para alcanzar el triunfo.

En el Siglo 19 la fuerza física se constituyó en el instrumento más popular para asumir el control de determinado Estado y no fue sino hasta la instauración de sistemas democráticos que la lucha por los consensos sustituyó a la medición de fuerzas a través de la violencia.

Pero la fascinación por la violencia se hizo presente también en el Siglo 20. Desde los movimientos revolucionarios de corte anarquista o comunista hasta aquellos que derivaron en el fascismo o la dictadura y cuyo objetivo estuvo siempre ligado al medio como factor de control social, el uso de la fuerza se planteó no sólo como un medio, sino como un fin en sí mismo. Aterrorizar al enemigo para vencerlo y después instaurar un reino de terror sobre aquellos que en teoría habían apoyado a los instigadores de la violencia fue la constante de los regímenes revolucionarios de uno u otro signo.

Ninguna revolución armada, salvo el caso nicaragüense y por razones de influencia externa, fue capaz de hacer a un lado las armas con las que obtuvo el triunfo, e instaurar un régimen plural y democrático en donde la posibilidad de entregar el mando a un grupo opositor estuviese presente. En todo caso, al menos en el mundo occidental, los Gobiernos emanados de la violencia no fueron capaces de institucionalizar y terminaron por desaparecer de una u otra forma y en lapsos diferentes.

Sin embargo, el miedo provocado por el terror en cualquiera de sus formas se convirtió en un serio problema para los regímenes democráticos. Reivindicaciones nacionalistas como las de la ETA, o aquellas con un carácter religioso y nacional como las del Ejército Republicano Irlandés, legitimaron el terror como arma de lucha de los oprimidos.

Los países europeos construyeron su democracia sobre la base de un poder colonial que combinaba la ampliación paulatina de los derechos humanos y políticos en su territorio, con la explotación inmisericorde de sus colonias. Además, las expresiones de xenofobia y antisemitismo que culminaron en el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial terminaron por generar un sentimiento de culpa colectivo que provocó la identificación incondicional y...

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