Opinión Invitada / Vecinos en crisis

AutorOpinión Invitada

Margarita Ríos-Farjat

A pesar de la inseguridad en las calles, la vida sigue. Con sus alegrías, sus esperanzas, las miles de historias que cada día puede contar una banqueta. Si perdemos el entusiasmo, entonces ya perdimos todo.

Es difícil porque vivimos en un Estado un tanto sui generis, con gobiernos ineficientes para proteger a los gobernados, toques de queda que no son oficiales, insuficiencia policiaca, atentados que rayan en el terrorismo; como en una guerra sin poder identificar claramente los bandos y sus fuerzas y, por lo tanto, sin saber cómo vamos o si ya terminará. Una guerra complicada: una guerra de sombras.

Sin embargo, México no es Afganistán ni Monterrey es Kabul. México no es el Berlín ni el Hiroshima de 1945. Ni es el mismo de 1910. Y podríamos hacer un interminable recuento de desgracias, guerras y crisis a lo largo de la historia.

Los tiempos convulsos son recurrentes. Son como las vacas flacas: en época de crisis se nota qué hicimos con las vacas gordas. En México no hicimos mucho, quizá nada, con las vacas gordas, por eso ha cambiado tan drásticamente el escenario en un par de años.

Hay un poema de Eliseo Diego, al que quiero robarle unos versos para proyectarlos hacia la ciudad donde vivimos: "El sitio donde gustamos las costumbres, / las distracciones y demoras de la suerte, / y el sabor breve por más que sea denso (...), el nocturno café, bueno para decir esto es la vida, (...) todo sea / lento y paladeable como espesa noche".

A pesar de la inseguridad, nuestra ciudad es el sitio donde gustamos las costumbres, las de cada quien y las de todos; donde tenemos que encontrar aquello que nos haga decir "esto es la vida". Aquí vivimos, y si no tratamos de realizarnos como en el poema, nos falta ese entusiasmo al que me referí al principio.

El poema se llama "El sitio en que tan bien se está". ¿Se está mal en México o sólo "complicado"? En todo caso, ¿cómo hacerle para que aquí sea "el sitio donde tan bien se está"?

Se nos olvida, para empezar, que no estamos solos. Cada día compartimos con desconocidos las mismas calles, tiendas y plazas: ¿no tienen nada en común con nosotros?, ¿compartir algo no implica cierta afinidad?, ¿no deberíamos tener empatía por ellos?

Pero estamos tan enojados o preocupados que los demás hasta estorban. Así no se construye sociedad ninguna.

Se nos olvida por ejemplo, que a la hora de divertirnos, el vecino no tiene...

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