Opinión Invitada / Diego Bonet Galaz: ¿Invierno o primavera?

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Seis años atrás, entre las columnas y los pisos marmoleados a blanco y negro del Castillo de Chapultepec, símbolos inequívocos de un estadista que se erigía y de una oposición que -como el ying-yang- le aplaudía, se prometieron cosas que nunca llegaron.

El PRI, PAN y PRD se sentaron en la misma mesa, la del orden establecido. Olvidaron que siempre por las rendijas del acomodo se cuelan rayos de lo otro posible.

Una utopía mexicana que nació en la incubadora de tomar pozos petroleros en Tabasco, y creció con su sonaja favorita: el Fobaproa. Se hizo niña con el desafuero en el 2005. Adolescente con el conflicto postelectoral del 2006. Maduró cuando, mientras los "otros" firmaban el Pacto por México, ésta recorría por tercera ocasión el País completo. En el 2018, con camino libre, estaba lista para tomar las riendas del poder mexicano.

Parte de esta utopía es lo que estamos presenciando, la instauración de un equilibrio vivencial entre opuestos: blanco o negro, bueno o malo, liberal o conservador, fifí o chairo, héroes o golpistas. Lo que Jorge Eliécer Gaitán describió como la convivencia de dos países en un mismo territorio: el "país nacional" y el "país político", y la claudicación del diálogo entre ambos.

Y cuatro son los elementos que le dan coherencia a la obra pictórica del lopezobradorismo, con la que quiere consagrar un lugar en la galería de la historia mexicana junto a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Primero, el nuevo ethos. El lenguaje genera percepciones sobre las sociedades y su historia. Del imaginario individual, pasa al colectivo y luego al nacional. Apuntalan nuevas formas de gobernabilidad, control y actuación pública.

Pero ya lo advertía Mark Thompson: las palabras han perdido su peso y se han convertido en un recurso para la demagogia. Con frases como "No lo tiene ni Obama", "Mafia del poder" o "Prensa fifí", Andrés Manuel López Obrador no sólo pretende instaurar otro régimen, sino expropiar el lenguaje público y generar uno nuevo en donde él es el catalizador y configura el carácter como nación.

Segundo, la otredad. Sin Salinas como el jefe de la "Mafia del poder", Fox como el "Chachalaca" y Calderón como el "Presidente espurio", López Obrador no sería lo que es hoy.

Como lo planteó Schmitt: lo político ya no es visto como una referencia específica a un objeto o un individuo, sino como una relación de oposición que se caracteriza, fundamentalmente, por la intensidad y la hostilidad. La otredad no lo debilita...

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