Opinión Invitada / Chacho López: Mi Niki, el aviador...

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Su trato diario era rudo, grosero en muchas ocasiones. Para nada pedía permiso porque se acostumbró a caminar atropelladamente en el paddock de la Fórmula 1.

Era, sin embargo, una persona con magnetismo. Todos los que le rodeaban en un fin de semana deseaban aproximarse, aunque fuera un poco, a Niki Lauda.

No importaba si te extendía el brazo para apartarte, o si te lanzaba una mirada fulminante con sus poderosos ojos azules, no. Lo importante era acercarte, tratar de escucharlo. Lo que dijera era importante.

¿Por qué la gente quería a Niki, si siempre se comportaba hosco y cortante? Muy simple: siempre fue directo, si le caías bien lo decía y si no, también. Si eras útil, bienvenido. Si no, ni siquiera te miraba.

Lauda intimidaba. El tono de voz era grave, pausado, hablaba como conectando las frases y nunca titubeaba o hacía pausas. Era una máquina de expresar conceptos claros, contundentes y que de pronto, giraba y se alejaba.

Curiosamente, el día que lo conocí no fue en su papel de piloto de carreras, sino como capitán de su propio avión. Durante el GP de Miami de CART, fue invitado por Mercedes-Benz al óvalo de Homestead.

Aquello coincidió con el vuelo de prueba del Boeing 777 en la ruta Múnich-Miami de Lauda Air, su aerolínea, y después de que él mismo aterrizara la aeronave, se fue del aeropuerto a la pista.

Entre multitud de entrevistas, yo le hice una con Adrián Fernández a quien preguntó sobre los secretos de manejar un monoplaza en el óvalo.

Fue una charla sorprendentemente agradable y en las redes sociales puede revivirse: era un Niki relajado, simpático, como nunca.

Mientras esperábamos para hacer una entrevista en directo, Lauda me incluyó en la charla con un grupo de los...

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