Opinión Invitada / Carlos Vázquez Segura: Bajo los escombros

AutorOpinión Invitada

Por las ventanas del mundo asoman asiduamente expresiones de dolor y agresividad. La violencia y el perjuicio sonríen cotidianamente entre translúcidos cristales astillados de impotencia y miedo.

Allá, muy lejos, donde la tragedia y el escombro de las bombas parecieran ser sólo imágenes lejanas que nunca salpicarán nuestras vidas con su rudeza noticiosa, suenan los tambores feroces de la desesperanza, pero su eco transgresor retumba acá -donde lees este escrito- y en todo lugar. Al escucharlo, a casi todos se nos desmorona un poco más la esperanza de aquel mundo justo en el que creímos que -con trabajo y disciplina- podríamos llegar a progresar en paz como individuos, como familia, como nación y hasta como especie.

A las mayorías, aún nos cuesta mucho trabajo imaginar los límites reales de la crueldad humana; no asimilamos el volumen de dolor que algunos desgraciados están dispuestos a infringir a otras personas con tal de alcanzar, financiar o conservar algún ilegítimo nivel de poder o supuesto privilegio.

También de cerca, aquí: donde las malas noticias suelen surgir de las calles por las que muchas veces transitamos; aquí, donde escuchamos con cautela cada vez más atenta los nombres de las víctimas cuando nos enteramos de algún accidente o incidente lamentable, la misma sensación de vacío, miedo y angustia estremece al plasma de todas nuestras células.

Las paredes de nuestro pensamiento tiemblan cuando nos vemos obligados a imaginar que pudimos ser nosotros -o alguno de los nuestros- la persona sobre la que cayó la mano despiadada de la desdicha. Ahora, cuando escuchamos el ulular escandaloso de las sirenas, ya no podemos pensar en algún ligero accidente automovilístico, sino que sufrimos el ataque mental de aquellas imágenes y escenas cargadas de plomo y sádica brutalidad que antes solo existían en las más amarillistas y nefastas historias de horror y bajeza.

Las convulsiones del mundo parecen tomar ritmo. Tanto en países lejanos como en la esquina de nuestro lugar de siempre. La inseguridad y el temor ya producen su propia sombra, pesan, ocupan un lugar y se hacen escuchar con la entonación ácida...

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