De olivos mexiquenses

AutorViviana Mahbub

Esta historia inicia hace 100 años, en Chimalhuacán, Estado de México, en el barrio de Xochiaca (que en náhuatl significa "lugar donde hay flores"). Desde entonces, la familia de Elia Buendía cosecha aceitunas.

Los olivos fueron llevados a distintos territorios de la Nueva España por los misioneros franciscanos y jesuitas, quienes enseñaron a los nativos cómo procesar sus frutos.

La expansión del cultivo fue tal, que el rey Carlos III la consideró una amenaza para los productores del Viejo Mundo y mandó destruir los árboles.

Algunas regiones no acataron aquella orden y fue así como el cultivo y tratamiento de las aceitunas subsistió, aunque no en cantidades significativas.

La familia Buendía comenzó a vender sus aceitunas en el mercado de La Merced, en CDMX. Las llevaban hasta allí en cubetas y las comercializaban a granel. La medida: una lata de atún o de sardinas.

Guillermo Barragán, esposo de Elia, vislumbró mayor potencial en aquel negocio familiar. Juntos comenzaron a investigar y capacitarse en la Universidad Autónoma Chapingo para diversificar el producto.

Hoy su catálogo, además de cuatro variedades de aceitunas, tiene aceites de oliva naturales o macerados con hierbas y especias, tapenade, salsa macha, tamales...

"La aceituna es verde, al madurar se vuelve de color obscuro. Manejamos cuatro variedades: gordal, manzanilla, picual y arbequina", explica Guillermo, a quien de cariño llaman "Don Aceituno".

Tamaño, aroma, sabor y carnosidad son diferentes...

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