A ojo de pájaro / Los perros de la ciudad

AutorGuadalupe Loaeza

Los mejores amigos del hombre han sido también grandes acompañantes de la Ciudad de México. Desde que llegaron los primeros mexicanos a este valle, tenían como compañeros a los perros. Nada más que esos perros no tenían nada que ver con los perros de hoy, aunque por muchos años los historiadores se han hecho bolas en el tema. Muchos decían que no había perros, pero dice el cronista Pedro Mártir que sí, que Cristóbal Colón vio perros en América desde que llegó a las Antillas. Nada más que esos perros que vio no sabían ladrar y no tenían pelo.

Naturalmente, son los xoloitzcuintles de los aztecas. Estos datos los hemos tomado del maravilloso cronista Artemio de Valle-Arizpe, quien escribió en su libro Cuadros de México (Jus, 1943) que los perros de los aztecas no sabían ladrar por falta de costumbre. Pero apenas llegaron los perros españoles, les enseñaron a ladrar. A los conquistadores y frailes que llegaron a la Nueva España, les llamó la atención el gusto que los americanos tenían por comerse a sus perros. Los españoles que la probaron escribieron que se trata de una carne suculenta. Entonces, se acostumbraba comprar y vender los perros en Acolhua, hasta que los frailes acabaron con esa costumbre a finales del siglo 16.

Ahora hablemos del primer perro europeo que llegó a México. Se trata de una hembra cazadora, una lebrela, que venía con Juan de Grijalva, el conquistador español que exploró Yucatán. Cuando su barco pasó por la actual Isla del Carmen, esta perra quedó olvidada en tierra. Por el libro La ruta de Hernán Cortés (FCE), de Fernando Benítez, nos enteramos qué ocurrió con ella. Un año más tarde de la expedición de Grijalva, pasó por ese mismo lugar uno de los barcos de Hernán Cortés. Fue entonces que uno de los marinos gritó: "¡Ahí, en la playa hay un perro... No, más bien es el fantasma de un perro!". Incrédulos, los marinos se acercaron a la playa y vieron que, en efecto, sobre la playa se encontraba la lebrela perdida un año antes. Fue tanta su gratitud que se metió a cazar conejos a la selva hasta que juntó tantos que los españoles pudieron cenar y desayunar conejos. No sabemos si esta lebrela llegó a la Ciudad de México, pero hay quien dice que sí, porque Cortés aparece en el Lienzo de Tlaxcala con una lebrela a sus pies.

Los conquistadores trajeron perros de presa que servían para pelear contra los indígenas. Estos perros no tenían nada que ver con la lebrela ni con los xoloizcuintles; por el contrario, eran muy peligrosos y...

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