El Ojo Breve / Tras el impasse

AutorCuauhtémoc Medina

Una de las principales muestras de la falsedad de los cambios del país estriba en la deriva que acomete a las instituciones culturales con cada final de administración. No hace falta que entremos en una crisis de legitimidad como la que experimentamos para que el sector cultural sufra cada seis años una serie de estertores que hacen a los públicos registrar el desfiguro de todo el sector. Por un lado, la cultura se transforma en la arena de despliegues faraónicos que muestran, ya sin tapujos, el carácter presidencialista de la visión cultural de la administración: inauguraciones de instalaciones megalomaniacas y vacías, exhibiciones demagógicas, libros que carecen de justificación, y toda clase de gestos que quieren anudar a la historia del gobierno saliente formas culturales específicas.

La gravedad de ese sistema de favoritismo se manifiesta en el triste espectáculo del cambio de camiseta: es terrible que sea únicamente al cuarto para las doce que los artistas favorecidos por la monstruosa administración de Sari Bermúdez se den cuenta de que su gestión fue un desastre. Que incluso los artistas más poderosos caigan en hacer declaraciones extemporáneas para librarse del cargo de haber pertenecido a una cultura oficialista, debería ser suficiente motivo para cambiar el sistema de administración cultural. Está tan podrida que nadie está a salvo de su contagio.

En tanto, los proyectos culturales con sustancia languidecen por falta de presupuesto y por la incertidumbre por el futuro. ¿Quién no ha notado que las exhibiciones se espacian o la inquietud de los curadores y directores que, como su trabajo no tiene un marco temporal definido, pasan de operar a todo vapor a un bache donde no tienen la autoridad para comprometer ni un clavo para el año que sigue? Todo este conjunto de síntomas depende en gran parte del hecho de que el cambio de régimen coincide con el nombramiento arbitrario de todo funcionario público. No está de más volver a indicar que esa costumbre es prueba de la falta de un tejido institucional.

El hecho es simple: la administración cultural mexicana está organizada para garantizar la mayor servidumbre posible. Construido como un régimen piramidal donde los funcionarios de las entidades más modestas dependen en última instancia de designaciones...

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