Oficios que sobreviven

AutorJonathan Lomelí

Este siglo pasa a toda prisa, igual que un ciclón.

La fuerza de sus vientos apenas permite estar al día con las innovaciones de la industria y la tecnología cuando algo nuevo ya ha surgido. En medio del vértigo, poco se repara en los antiguos oficios, que como retratos detenidos en el tiempo, aún sobreviven en la Guadalajara del siglo 21.

Por ejemplo, un impresor tradicional que en Las Nueve Esquinas lucha contra la impresión digital. O Salvador, escritor público, que reta a la modernidad con su máquina de escribir Olimpia.

Son algunos oficios sobrevivientes, menos afortunados que los extintos reboceros, silleros, aguadores, sombrereros o coheteros que no alcanzaron a ver los albores del nuevo milenio, pero que formaron parte del fresco de la Ciudad.

"Desaparecen por la modernidad. Los caballos ya no se usan, por eso ya no hay herreros; rebozos ya nada más los usan para las fiestas patrias las señoras, ya es sólo un lujo; el sombrero, igual...", comenta Arturo Camacho, investigador del Colegio de Jalisco.

En su momento, cada ocupación es representativa de las necesidades de los habitantes de una Ciudad, explica José Olmedo, en su libro Artesanos Tapatíos (UdeG/INAH, 2002). Según su estudio, en 1791 había 190 sastres en Guadalajara, el grupo más numeroso de entre los diversos oficios. Hoy las necesidades de vestimenta se satisfacen en centros comerciales.

Menos afortunados también han sido los dulceros, que tienen en don Ramiro Hernández Gómez, de 80 años, quizá a uno de los últimos herederos de esos "profesores del excercicio de labrar toda especie de dulces", como se definían en español antiguo.

En Descripción de Guadalajara en 1880, del ingeniero y naturalista Mariano Bárcena, se informa que en la Perla Tapatía, había 38 fábricas de rebozos, 12 de carrocerías, 4 curtidurías, 5 imprentas, 12 tabaquerías, 11 talabarterías y 22 boticas.

Pero la premisa del implacable tiempo que mucho devora, mantiene a flote sólo algunas ocupaciones.

Sanación al dolor

Por más de un siglo, la Botica Jalisciense de Pedro Moreno 516, en el Centro de Guadalajara, ha paliado dolencias y ofrecido ungüentos curativos a los tapatíos.

Fundada en 1893, conserva los muebles originales, una caja registradora del siglo pasado, el botamen antiguo, morteros, embudos y probetas. Dentro de la vitrina, aún se guardan los viejos vademécum y manuales de fórmulas antiguas.

"En Guadalajara, antiguas sólo nosotros y la del Hospicio Cabañas, porque hay otras que abren, pero son...

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