La occidentalización mexicana

AutorAndrés Tapia

Durante las últimas tres décadas del Siglo 20, México se precipitó en una carrera contrarreloj para concluir con su viaje a Occidente, si por ello se entiende lo que ha escrito Carlos Monsiváis en relación al concepto de cultura: "...es lo que, al relacionar al país con Occidente, lo distancia de la barbarie, y es la serie de productos que una minoría disfruta porque sólo ella se encuentra preparada". Esa carrera hacia el final, sin embargo, comenzó en los alegres e idealistas años 60 y fue auspiciada, en mayor o menor medida, por la Revolución Cultural que determinó el triunfo del individuo sobre la sociedad o, en palabras de Eric Hobsbawm, "...la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social".

En 1968, cuando Gustavo Díaz Ordaz ordenó la matanza de Tlatelolco para "salvar" a la nación de la "conjura", única palabra que vino a su boca para adjetivar a la disidencia que su cerebro y su mentalidad patriarcal y autoritaria, taras remanentes éstas de la Revolución Mexicana, fueron incapaces de tender la mano, el País, por decirlo de algún modo, ingresó a la Universidad. Así pues, no fueron las Olimpiadas, ni deportivas ni culturales, como tal era el deseo de Díaz Ordaz, lo que potenció el desarrollo cultural que México experimentaría a partir de entonces.

Cualquier fenómeno que pueda inscribirse dentro de los años 60, haya sido el desarrollo de la píldora anticonceptiva, los Beatles, Bob Dylan, el boom de la literatura latinoamericana, la carrera espacial, la Guerra Fría, el I have a dream de Martin Luther King e incluso la manipulación que los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz llevaron a cabo -en franca complicidad con Telesistema Mexicano y la incipiente industria discográfica del País- para despuntar y mellar el filo de la música rock al fomentar traducciones inocuas e intérpretes insulsos, obraron en el haber de una juventud que además de pugnar por los derechos humanos, se atrevía a desafiar los modos de la gerontocracia nacional y mundial (las simpatías que despierta Fidel Castro, en gran medida, son el resultado de su juventud. Asimismo, el asesinato de Kennedy es el de un presidente joven que será sustituido en el poder por un hombre mucho mayor).

Los mandatarios que sucedieron a Díaz Ordaz debieron enfrentar las consecuencias de la matanza del 2 de octubre (evento que se desempeño como doble agente: en un sentido como detonador de la conciencia nacional, y en otro como aletargador de la misma) y actuar en consecuencia: o creaban la infraestructura necesaria para incorporar al País al nuevo orden mundial, a costa incluso de perder el poder (y fue su negativa a esto la causa de muchos males recientes en la historia de México), o el País se hundía con todo y clase gobernante. Es por ello que, a partir de 1970, los esfuerzos en materia de cultura se multiplican.

¿Qué fue lo que sucedió en estos 30 años...

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