El objeto del deseo

Gocé su jovial cachondezAnahita

EL GRÁFICOEl primer recuerdo que viene a mi mente de esa tarde de otoño en Nueva York es con Eugenio detrás, mi mano en la suya y yo guiándola desde mi vientre hacia el cierre de mi pantalón. Despacio, conteniéndole las ansias que en la conferencia me mostró cuando acepté que nos fuéramos a su cuarto.

Desde el avión camino a cubrir una rueda de prensa, el joven reportero casi se me declaraba; ?he leído tus entrevistas, admiro tu estilo, y tenía muchas ganas de conocerte?, se confesó mientras la azafata recogía los trastos del lunch y nos servía café.

Entre halagos, fue inevitable contemplarme en sus anteojos; le sonreí y sugerí que nos hiciéramos compañía en la Gran Manzana. En el taxi hacia el hotel, curioso y vivaz, no paró de atrincherarme con su encantador bombardeo de preguntas, y yo seguía observándome en su mirada con singular narcisismo, dejándome adular.

Al día siguiente, ya listos para trabajar con nuestros respectivos gafetes, un mal movimiento hizo que el suyo se atorara en el pestillo de la puerta del salón, marcándolo con una franja en la garganta; de inmediato, al notar la herida, lo llevé al baño para apaciguar el ardor.

Tomé un poco de crema para manos que llevaba en el bolso y se la unté? Esa dulce lozanía muy lejos de parecerse a los cuellos de barbas crecidas que han pasado por mis dedos, me estremeció de un modo extraño, nuevo, mientras Eugenio cerraba lo ojos y sonreía incrédulo de mis cuidados.

Llegada la hora de las preguntas, cumplimos con las nuestras y fingimos poner atención a los demás compañeros porque, después de esa escala en el baño, inquietos, sospechábamos lo que podría ocurrir antes de que terminara la sesión. ?¿Te gustaría ir a mi cuarto??, me dijo jadeante al oído con una falsa madurez que me causó ternura, pero también morbo, y pasé mi mano por la bragueta de sus jeans en señal de mi respuesta.

En el ascensor casi lleno y uno frente al otro, intentó darme un beso, pero me separé desafiante, y rozándole los labios y tocando su bulto de nuevo, le sugerí que esperáramos hasta la habitación.

Le pedí la tarjeta y abrí la puerta; me quité el saco, zafé los tacones y descalza fui a la ventana para correr las cortinas; volteé hacia mi veinteañero y me preguntó que qué deseaba que él hiciera. Lo despojé de su playera, lo besé...

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