'Nunca hay qué comer y ahora ni qué tomar'

HACE 2 años 6 meses y 17 días que no llueve en Presa San Carlos.

Ludivina Moreno lo sabe con exactitud, cada uno de esos días ha hecho seis viajes diarios para acarrear agua desde el embalse en que los habitantes de este ejido en Doctor Arroyo, en el sur de Nuevo León, comparten el líquido con los animales que todavía no mueren por la sequía.

Son casi las cuatro de la tarde del 21 de marzo, el termómetro marca 38 grados y la silueta de la madre de 20 años con un palo a cuestas del que cuelgan dos tinas se proyecta en el suelo polvoso dibujando la sombra de un viacrucis.

Con la piel morena enrojecida, Ludivina, espigada y de ojos negros rasgados, llega a su casa de ladrillos de adobe y techo de palma, vierte el líquido verdoso en un recipiente tapado con un mantel para colar la espesa nata de tierra y diminutos gusanos, y bebe el agua.

"Siempre la hemos tomado ansina. Nomás colada. Ahorita, como ya se está acabando, sabe más feo, se pega en la lengua", dice secándose los labios con el antebrazo. "En veces, salen hasta ranas".

Ubicado a 345 kilómetros de Monterrey y a 40 kilómetros de la cabecera municipal, Presa San Carlos es una de las 92 comunidades del sur del Estado que han registrado escasez de agua para consumo humano, de acuerdo con un reporte preliminar de la Comisión Nacional del Agua.

Doctor Arroyo es también, de acuerdo con el monitor de sequía de América del Norte, uno de los municipios, junto con Galeana, Aramberri y Mier y Noriega, que alcanzaron el nivel de sequía extrema. Es decir, que además de registrar pérdidas considerables en cultivos y pastizales y tener riesgo de incendios extremos, sufren escasez de agua generalizada.

La sed del sur sólo ha venido a agravar el hambre que ya padecía esta zona rural severamente golpeada por la pobreza extrema.

En los últimos tres años, la sequía ha impedido que los habitantes levanten los cultivos de maíz, frijol, arroz y calabaza que han sembrado para consumo propio.

"Tenemos tres años de no cosechar nada. No se alcanzan a hacer ni rastrojitos", lamenta Claudio Tovar, quien a sus 76 años aún dirige el arado con el que hace surcos en la tierra deshidratada en que arrojará semillas de frijol y su esperanza.

"Ya no hay ni qué comer".

En estos ejidos, a los que se llega a través de largos caminos de...

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