El nuevo evangelizador

AutorFernando del Collado

Aunque con exactitud poco se sabía de su vida, Juan Diego ya estaba en el corazón de miles de católicos mexicanos. En estas semanas comenzarán a ensalzarse detalles que estuvieron durante mucho tiempo perdidos en el tiempo: que dejó sus bienes y propiedades para propagar la revelación guadalupana; que comulgaba tres veces por semana; que caminaba 20 kilómetros los fines de semana "para recibir instrucción religiosa"; que se "ejercitaba en la mortificación y en ayunos"...

"En Juan Diego están representados todos los indígenas que acogieron el Evangelio que comenzaba a predicarse en las tierras americanas recién descubiertas y conquistadas. Es la figura más relevante en la historia de la naciente comunidad cristiana indígena. Su nombre está inscrito de manera imborrable en la gran epopeya de la evangelización de México", dice la Iglesia mexicana.

Son, en todo caso, las claves de las biografías oficiales del primer indígena mexicano que la Iglesia católica acabará por canonizar el próximo 30 de julio, en la quinta visita del Papa Juan Pablo II a México.

Igualmente, son las claves de un nuevo símbolo religioso que renueva la propagación cristiana y sobre el cual aguarda un debate de mayores proporciones: la reivindicación que la Iglesia católica busca del indígena y su mundo religioso. El próximo santo, en el nombre del cual se seguirá evangelizando.

Enfoque presenta tres textos que abordan estos asuntos. El primero traspasa la línea histórica y se detiene a observar los mitos que ahora refuerzan las versiones oficiales sobre la existencia de Juan Diego. Provienen de dos biografías, avaladas por la Arquidiócesis de México.

Enseguida están las respuestas que dieron a Enfoque, Bernardo Barranco, Raquel Pastor y Clodomiro Siller, tres de los especialistas mexicanos más reconocidos sobre temas religiosos. Responden a tres cuestionamiento sobre el valor simbólico para la Iglesia y para la sociedad mexicana de este personaje.

Y al final, el obispo de Saltillo, Raúl Vera, insiste en que Juan Diego puede ser el instrumento para el repunte de una evangelización, cuya fuerza radicaría precisamente en ver al indígena como sujeto activo de su historia.

Dos versiones, un santo

Juan Diego nació el año 1474 en el señorío chichimeca de Cuautitlán... El y su familia se contaban entre los principales de su pueblo, por su educación y desahogada posición social.

Apenas hacía acto de presencia con su primer llanto y ya estaba la partera diciendo que sería un guerrero... El paso del tiempo dejaría que se vieran con claridad sus propias tendencias y aficiones; también el modo como viviría su religión y el esfuerzo personal que pondría en el servicio de su patria.

Se trasladaba de Cuautitlán a Tetzcoco, vistiendo como correspondía a una persona de su calidad y estilo.

La educación que recibió en cuestiones de comportamiento moral fue la que venían viviendo sus antepasados y que desde muchos años atrás se cuidaba con esmero en el seno de la familia.

En sus relaciones con las mujeres, la severa tradición de sus mayores empujaba a los muchachos a ser rígidos en esta cuestión.

"Los que son limpios de corazón -le dijeron- son muy dignos de ser amados, los cuales son apartados de todo el deleite carnal y sucio; porque reciben mucha estima los que viven de esta manera; la divinidad los desea, los procura y los llama a su presencia. Jamás sienten tristeza, ni dolor, ni disgusto, porque viven en la casa del sol".

Siendo un jovencito, su tío -que en ausencia de su padre se ocupaba de su educación- lo envió al "Calmecac" (la casa de los corredores largos), donde además de instruirlo en el arte militar, vigilaron sus costumbres e hicieron que se ejercitara en la honestidad y en la virtud.

Cuando la Virgen habla a Juan Diego en náhuatl, le llama: "Juan Diegotzin". Quiere decirle: "tú eres para mí algo entrañable y muy digno de aprecio".

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