ENTRE PARÉNTESIS / Del mes patrio

AutorDavid Martín del Campo

La abuela de mi vecino Claudio era una patriota. Tendríamos qué, ¿ocho años?, cuando pasaba muy temprano por nosotros para abordar el Juárez-Loreto que nos llevaría hasta el Paseo de la Reforma.

"Hay que hacernos de un buen lugar", advertía, de modo que a las nueve treinta ya estábamos ahí, al borde de la banqueta, esperando el desfile.

Asómense ahora; desde ya proliferan por las calles los vendedores de banderitas y nadie alza la voz contra esa "venta privatizada" del emblema nacional.

Banderas medianas, para colocarse en las ventanas, y otras pequeñitas para lucir en la antena del auto hasta que la intemperie las reduzca a andrajos.

Inicia el mes de la patria con las instituciones atrincheradas y los gendarmes a lo espartano, armados con macanas y escudos de polivinilo, aguantando la carga de los 40 mil.

Es la moda y lo mismo ha ocurrido en Sao Paulo, Ankara y Bogotá. Piensa, oh Patria querida, que el cielo un granadero en cada hijo te dio.

¿A dónde llevan los afanes patrioteros? Toda guerra es un nacionalismo exacerbado y por ello, en la derrota, lo último en ser entregada es la bandera.

Los que en París visitan el Palacio de Los Inválidos entristecen al descubrir en lo alto los pabellones nacionales que el ejército napoleónico arrebató a la tropas juaristas. Allá están, junto a las banderas prusianas y vietnamitas, homenajeando al corso Bonaparte que ahí reposa.

Van los carritos desparramados de banderitas para vestir septiembre en tricolor. Fue lo que aprendimos en el colegio. Hay que glorificar los patrios pendones, y así han quedado en tinta varios capítulos que resaltan ese fervor. Desde luego tenemos la leyenda suicida del cadete Juan Escutia arrojándose al vacío para salvar la bandera, antes que fuese arrebatada por los yanquis en el Castillo de Chapultepec.

O el desaguisado de la Convención de Aguascalientes, hace precisamente 99 años, cuando el delegado zapatista Antonio Díaz Soto y Gamma comenzó a zarandear el lábaro asegurando que "ese trapo" nada representaba y que era el símbolo de los iturbidistas cuando sesenta pistolas lo encañonaron a un grito: ¡Deja ahí, hijo de tal!

O...

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