El novio de Clara

AutorGuadalupe Loaeza

Dicen que estaban guardadas en una cajita. Que allí estuvieron durante años muy bien ordenaditas por fechas. Un buen día que doña Clara estaba ordenando su armario, de repente sus manos se toparon con la caja. La tomó y en seguida se fue a sentar a la cama. Mucho rato, dicen, que se quedó doña Clara mirando fijamente la caja. Sabía que si le quitaba la tapa, escucharía aquellos murmullos. Los murmullos de un enamorado que conoció en 1944 en el Café Nápoles de Guadalajara. Sabía que cualquiera de esas cartas de amor la llevarían de la mano al lugar más íntimo de su corazón. Aunque ya se le había olvidado lo que decían, intuía que con sólo leer una, bastaba para que de pronto se le viniera encima todo ese amor que le inspiró a su Juan. No obstante, imaginó todo el dolor que esto le causaría, finalmente optó por tomar uno de los paquetitos de sobres en donde claramente se leía: "Sta. Clara Aparicio, Kunhardt No. 55, Guadalajara, Jal". Tomó una carta al azar y leyó: "Querida mujercita: Te estoy agradecido por tus pensamientos; también por tus intenciones y por tus ruegos, pero más que nada por tu cariño. Pues a veces creo que ya estás aprendiendo a quererlo a uno y que, algún día, Dios mediante, dejará uno de caerte mal. Yo siempre supe lo difícil que era llegar hasta tu corazón. Antiguamente llegué a pensar que era imposible, pero tenía fe en ti; sabía, en el fondo, que eras buena; que con el tiempo podrías comprobar que el cariño que yo sentía por ti era de esos amores buenos y sinceros que uno trae ya desde su nacimiento por alguien. Y como te lo expliqué un día: cuando te vi pequeñita y pelona con tu cara de quiebraplatos, allá hace cosa de cuatro años, supe enseguida que eras tú la cosa que yo andaba buscando. Date cuenta".

Al leer lo anterior, dicen que a doña Clara se le empezaron a salir las lágrimas como si alguien le hubiera abierto una llavecita de agua. Que no las podía contener. Que eran tan azucaradas como las "lagrimitas" que vendían en la esquina de su casa y que tanto le gustaba comprar cuando era una niña. Dicen que cuando leyó la fecha: "México, D.F., 21 de marzo de 1947", volvió a sentir que tenía 19 años, la edad que tenía cuando, justamente, recibió la carta número 16. Y, poco a poco, conforme abría los sobres todos amarillentos por el paso del tiempo, se fue rejuveneciendo hasta que leyó otra misiva del 10 de enero de 1915. Con sus 15 años encima, sus ojos todos llorosos leyeron: "Clara, mi madre murió hace 15 años; desde entonces, el único parecido que he encontrado con ella es Clara Aparicio, alguien a quien tú conoces, por lo cual vuelvo a suplicarte le digas me perdone si la quiero como la...

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