Notas sobre las Inversiones Extranjeras en México

NOTAS SOBRE LAS INVERSIONES EXTRANJERAS EN MEXICO(*)
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(*) Traducción del trabajo presentado por su autor ante la Convención de la Barra del Estado de Texas, celebrada en México, D. F., en julio de 1962, a invitación de la Barra Mexicana. Este ensayo está publicado junto con otros trabajos del autor en el libro de reciente aparición Tres aspectos del desarrollo económico de México, Selección de Estudios Latinoamericanos, 1963. México, D. F. dos ensayos mencionados son: La Revolución Mexicana, marco institucional del desarrollo y El Banco Central, instrumento del desarrollo económico.)

Por Mario RAMON BETETA.

PREAMBULO

La inversión extranjera en México es una vieja cuestión. Hay antecedentes desde la época colonial, cuando la posibilidad de comercio con las Américas se limitaba al intercambio con la metrópoli, que impedía el establecimiento de fuentes de producción que pudieran competir con ella. Al lograrse la independencia, las nuevas naciones americanas, aisladas comercialmente por el régimen de la Colonia, comenzaron a tener conciencia de la necesidad de promover su desarrollo económico. Sin embargo, hubo una carencia casi total de capitales nacionales y una gran incertidumbre de parte de los extranjeros que no se atrevían a aceptar, sino con timidez, los riesgos inherentes a las turbulentas épocas de la consolidación nacional en Latinoamérica. Posteriormente los inversionistas extranjeros decidieron aprovechar las facilidades ofrecidas por los gobiernos de estos países, y comenzaron a participar en un proceso elemental de industrialización si bien su actitud egoísta, encaminada sólo a obtener las mayores utilidades al más corto plazo, no siempre fue favorable al interés nacional, y en ocasiones, fue francamente perjudicial. Las industrias extractivas, en particular la minería y el petróleo, tuvieron preferencia y frecuentemente fueron explotadas de manera poco racional desde el punto de vista económico sin tener en cuenta su calidad de recursos no renovables. Más aún, estas inversiones se dirigieron casi siempre a propiciar el comercio exterior con el país de origen de los inversionistas, y, consecuentemente, a hacer depender la suerte de los países latinoamericanos de la que corrieran sus compradoras, las naciones más industrializadas, cuyas depresiones económicas han tenido impactos muy perjudiciales sobre la situación de las menos desarrolladas.

La penuria del Estado Mexicano, al lado de un deseo de aumentar el ritmo del progreso nacional, hizo que, desde el principio de su vida independiente, el gobierno viera con simpatía a las inversiones extranjeras; sin embargo, la inestabilidad política, la desorganización de la administración pública y los fracasos de algunas empresas, principalmente mineras, que se aventuraban en nuestro país, limitaron el flujo de los recursos provenientes del exterior. No fue sino hasta que se logró cierta estabilidad política, ya dentro del régimen presidencial de Porfirio Diaz, cuando el capital extranjero comenzó a ingresar en cantidades importantes y crecientes y se encaminó hacia la minería, los transportes, el petróleo y la agricultura. Si, por ahora, hacemos abstracción de las implicaciones políticas y sociales y de la forma en muchos casos intolerable en que entonces se comportaron los inversionistas foráneos, no puede negarse que el ingreso de los capitales extranjeros fue un factor de gran importancia en la promoción del avance económico que se logró durante el Porfiriato; ellos ampliaron las comunicaciones y la minería, hicieron posible el establecimiento de las primeras instituciones de crédito, promovieron las exportaciones, etc.

Con el advenimiento de la Revolución de 1910, de tendencia francamente nacionalista, y de legítima oposición a los excesos de la oligarquía gobernante, dentro de la que los capitalistas extranjeros jugaban un papel de singular importancia, la actitud nacional fue desfavorable, pero las inversiones extranjeras, si bien a un ritmo más lento, continuaron efectuándose principalmente en la industria petrolera. La década de los años treinta trajo consigo una disminución de la corriente de capitales extranjeros debida, por una parte, a factores externos, entre los que destacaba la depresión económica mundial, y, por la otra, a circunstancias domésticas, entre ellas, principalmente, que el gobierno revolucionario de México realizó la nacionalización de los ferrocarriles, intensificó la aplicación de la reforma agraria y, en 1938, efectuó la expropiación de las compañías petroleras.

No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial cuando la inversión extranjera recuperó su tendencia a ascender, pero ya con nuevas características y con actitudes diferentes. Por ejemplo, es muy pertinente destacar que en esta segunda época las tradicionales inversiones en transportes, minería y servicios públicos,(1) han disminuido a medida que han crecido, en proporción muy elevada, las inversiones en la industila de transformación y, en menor volumen, en el comercio.


(1) En el renglón especifico de los servicios públicos la proporción sufrió una nueva y considerable baja a raíz de la reciente nacionalización de la industria eléctrica

El moderno inversionista extranjero, por regla general, ha acabado por entender que México ya no es un país primitivo, carente de hombres con espíritu de empresa, desconocedor de las técnicas, donde todo está por hacerse y donde existe el deseo de que se haga a cualquier precio; por el contrario, nuestro país ha alcanzado ya un grado importante de desarrollo económico, y hay ahora ciertos grupos nacionales con grandes ahorros propios, con experiencia, conocimientos y agresividad productiva, que han hecho posible reducir de manera sustancial la dependencia de nuestro desarrollo económico respecto de las inversiones del exterior. Estas circunstancias permiten a México adoptar una posición digna e independiente respecto de esas inversiones y admitirlas, sin temor, en determinados campos en los que se consideran útiles al país y rechazarlas con firmeza en actividades que, por diversas consideraciones, se estima que deben quedar reservadas a los nacionales, sean del sector público o del privado.

Con una actitud de ponderado equilibrio, no puede dejar de reconocerse que la inversión extranjera ha tenido efectos benéficos en nuestro desarrollo económico y que...

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