'La nostalgia no es algo que cultive'

AutorSilvia Isabel Gámez

"Me enamoré de México a los 20 años", dice Jean Meyer. Llegó con un amigo, en un coche viejo que habían comprado en Nueva York, y tras un viaje de dos meses en un recorrido Nuevo Laredo-Mérida-Piedras Negras, antes de pisar Francia ya pensaba en el regreso. La Cristiada le dio el motivo.

"Fernand Braudel me decía: '¿A qué va usted a México? Es un país sanguinario, violento'. Ya había el mito desde entonces: la Revolución, un millón de muertos...". El gran historiador quería que hiciera un estudio sobre Brasil para su tesis de doctorado, pero Meyer se negaba. Para probarlo -o "castigarme"- le encargó reseñar para los Annales los seis primeros tomos de la Historia moderna de México. Tenía 22 años.

"Empezaba a leer español, y me pasé todo el verano trabajando. Así conocí de manera indirecta, antes de tratarlo al año siguiente, a Luis González y González, que resultaría un espléndido mentor. Me llevaba 18 años, pero fue como un hermano mayor; nos hicimos compadres en varias ocasiones: de hijos, de bodas...".

Meyer confiesa dos grandes deudas: a su padre, un "extraordinario" profesor de historia cuyas clases definieron su vocación, y a sus "padrinos" y maestros Braudel y Jean-Baptiste Duroselle, que lo recomendaron con Silvio Zavala para que lo contratara como profesor visitante de El Colegio de México en 1965.

"No me costó adaptarme. La nostalgia no es algo que cultive". Fueron años de investigación, y de cartas semanales a sus padres. "El correo era fabuloso. Escribía y me contestaban en cinco días; ahora toma dos meses, más que en tiempos de la Intervención francesa".

Con las heridas de la Cristiada abiertas, y cerrados los archivos del Estado y de la Iglesia, Meyer recurrió a los testimonios orales. Su juventud y origen lo ayudaron. "Esos campesinos que tenían la edad de mis abuelos pensaban: uno, 'es joven, no sabe nada, le podemos enseñar'; dos, 'es extranjero, no tiene que ver con nuestros pleitos', y tres: 'los franceses son católicos'". Una pareja de Saguayo llegó a componerle un corrido a "Juanito, el francés", pero no quedó registro.

En julio de 1969 se vio obligado a firmar un documento contra su voluntad: su expulsión del país. Un artículo publicado en la revista Esprit sobre el primer aniversario del 68 en América Latina, donde hacía responsable al Gobierno mexicano de la masacre de Tlatelolco, lo convirtió en "extranjero pernicioso". Pero la suerte hizo que en París el CNRS lo acogiera como refugiado político.

"El mismo día en que...

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