Noé Jitrik / Regresos

AutorNoé Jitrik

En la noche del 3 de mayo de 1986 tuve un sueño: me mostraban (no se quién) un libro mío que acababa de ser publicado. Yo lo abría, lo miraba y, pese a la alegría sospechosa de quien lo exhibía, no lo podía creer: era como si hubieran fotocopiado páginas originales, con las correcciones hechas a mano, como si no lo hubieran compuesto realmente. Mi sorpresa es total, pero quienes están cerca no la entienden o bien no saben por qué se hicieron las cosas así. Alguien, sin embargo, se encoge de hombros. Lo sé sin decirlo, nadie podría leerlo.

Esa noche yo estaba en Punta del Este, Uruguay, haciendo una especie de paréntesis a mi regreso a Buenos Aires, en la primera tentativa de volver después de 12 años de vida en México, en el exilio. Pero el sueño fue premonitorio: El callejón, que entraría en prensa poco después en México, apareció con tal cantidad de erratas, de saltos y de brutalidades tipográficas que no se me ocurre que alguien haya podido ni siquiera echarle un vistazo. Lo curioso fue que cuando vi ese horror no recordé el sueño; sólo años después pude hacerlo y, además, decir que renuncié a la cualidad de la videncia o a la más antigua aún de oniromancia.

Pero, por otro lado, el sueño ilustraba la oprimente sensación que tenía en ese momento de que volver a la Argentina y dejar México era una suma de errores; ese libro del sueño era yo mismo, y quien lo había escrito era un yo indeciso, atrapado por una extrañeza cuyo origen no entendía bien.

Sobre ese fondo puedo explicar mi sueño, que implica la ignorancia de los otros respecto de lo que significa que se haga con la escritura ese horror, que no les importe. Quienes así reaccionan, las sombras soñadas, están muertos para lo más preciado que uno puede tener. Y, precisamente, ese primer regreso mío estaba asediado por las figuras de otros muertos, los que se habían acumulado durante 12 años, sus nombres me asaltaban durante la vigilia, yo quería recuperarlos, pero lo que la patria perdida me ofrecía no eran los que yo buscaba sino esos indiferentes cadáveres que en sus tumbas se encogían de hombros y que succionaban el sentido que podían tener mis actos.

Así, todo era contradictorio y atravesado: mis recorridos por calles antaño amadas que se poblaban de evocaciones y hablaban a mis oídos amigos a los que quise, mujeres a las que amé: volvían palabras, ideas, sueños, fórmulas mágicas para vivir un país que antes de ser abandonado era el recipiente mismo de mis esperanzas de cambiarlo...

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