'Yo no sólo sirvo para juntar cartón'

AutorDiana Martínez

Una custodia de la que resaltan sus pestañas postizas abre la puerta de un lugar al que pocos ingresan en días de visita. Unas 10 mujeres vestidas de azul observan a los visitantes y ríen por motivos que sólo ellas conocen.

Todas están privadas de su libertad acusadas de algún delito, pero además son presas de su mente y por eso deben tomar medicamentos. Es el área en donde están las reclusas con padecimientos siquiátricos en el Centro Femenil de Readaptación Social de Tepepan.

Clara Tapia Herrera camina lento. Viste sudadera y pantalón azul marino y tenis blancos. La mujer de 45 años de edad guía a sus visitas al área con mesas y sillas de plástico.

En septiembre, Clara cumplirá dos años presa, pero su calvario comenzó desde 2004 cuando se enamoró de Jorge Antonio Iniestra Salas, a quien conoció cuando trabajaba de afanadora y él era empleado de seguridad en una galería de arte.

En compañía de su hermana Cruz Tapia y de Miriam, una de sus abogadas, Clara no duda en platicar detalles del infierno que vivió por siete años con el hombre que a la postre sería conocido como "El Monstruo de Iztapalapa".

Durante ese tiempo, Clara toleró golpes, vejaciones, abusos sexuales contra sus hijas -con una de las cuales el hombre procreó cinco hijos- y la obligación de entregarle una cantidad determinada de cartón para poder ver a sus hijos.

"Recuerdo que yo empecé a ver a Jorge Antonio como una persona superior a mí, como una persona que tenía la razón en todo, como un líder, el que mandaba, más inteligente que yo y le creía todo lo que me decía", relató la mujer en su expediente judicial.

Ahora, Clara habla en voz baja y mira a su alrededor para cerciorarse que ninguna reclusa la escucha.

Recuerda Clara lo mucho que se emocionó cuando el hombre, 10 años menor que ella, la llevó a un Sanborns y a centros comerciales, donde le hablaba de libros y de su familia de clase media.

Y fue tal la admiración que terminó por llevarlo a vivir con ella a la conserjería de una escuela primaria, donde ella vivía con sus hijos Rebeca, Gabriela y Ricardo.

Con el tiempo, Jorge Antonio les hizo sentir afortunados de tenerlo en casa. "Él decía que éramos ignorantes y naquitos, hasta nos enseñó a comer; no quería que escucháramos música en español o viéramos películas en español, porque era de naquitos", cuenta Clara en el patio del penal de Tepepan.

Y a ese hombre, Clara le entregó los ahorros de toda su vida: 80 mil pesos, además de su sueldo íntegro. Hasta que un día le...

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